“Si no fuera por el maldito facebook… Tomé el
teléfono y miré el mensaje. Era una invitación de amistad de una tal
Aeroflux69, acepté desinteresado y volví a guardar el teléfono para
concentrarme en acariciar las piernas de Griselda.”
Mensaje peligroso
Por Anselmo
Bautista López
Mis amigos y yo (mismo número de mujeres y hombres)
nos fuimos en estas vacaciones de pascua a disfrutar la playa y colorearnos la
piel con un poco de sol. Llevamos algunas frituras y repletas de cerveza
nuestras hieleras. Consumimos algunas por el camino entre chascarrillos, risas
y bromas como suelen hacerlo todos los jóvenes de nuestra edad, distantes aún
de las preocupaciones y sobriedad de los adultos. Sí, algunos somos más
moderados que otros pero en general participamos de todas nuestras ocurrencias,
las obsoletas disputas, lo simplista de algunas actitudes, lo chocoso de
algunos infantilismos, pero gozamos la vida como si quisiéramos absorberla en
un solo trago de cerveza. Con nuestro ánimo flotando en la alegría y lo
superfluo, todo prometía unas alocadas vacaciones.
Los adictos al facebook, entre ellos yo, no dejamos
de enviar mensajes; mensajes que no importaban a nadie más que al resto de
nuestros amigos que no pudieron venir con nosotros, y lo hacíamos con la
malicia de provocarles envidia donde sea que estuvieran. Así que Felicia tomó
una instantánea del momento en que todos se empinaban la cerveza a la boca, con
el mensaje: “De lo que se pierden, mojigatos.”
Llegamos a la concurrida playa. Estacionamos los
vehículos y todos cargamos los trebejos en busca de un buen lugar sobre la
arena. Nos hicimos un lugar entre los bañistas y pusimos los parasoles y
enterramos las hieleras.
Había llegado la hora esperada por nosotros los
varones de ver a nuestras amigas con sus diminutos bikinis, sobre todo a la
mamacita de Griselda que era la primera vez que salía a “rolar” con nosotros.
No era yo el único que le traía ganas y si quería obtener algo de ella durante
esta noche tendría que esforzarme porque ahí estaba también mi buen amigo
Castro que ya tenía cierto terreno ganado porque los verdes ojos de la hermosa
y tímida Griselda tenían preferencia por él, además que durante el viaje se
sentaron juntos. Y si no fuera posible entonces le echaría ganas con Felicia
que me venía dando papitas en la boca y otras atenciones mientras yo manejaba.
Con cerveza en mano miramos las olas del mar y la
lejanía del océano. Le di el último trago a mi botella, la dejé caer sobre la
arena y grité:
–¡Puto el que se quede!
Como de rayo corrí hacia el mar y los otros como
locos me secundaron. No sé porqué cuando uno utiliza cualquier frase retadora
que inicie con la palabra “puto”, todos los hombres se activan de inmediato. A
veces pienso que en los centros de trabajo, el jefe debería de utilizar estas
expresiones para hacer trabajar a los flojos, por ejemplo: “Puto si no me haces
esto”, “puto si no terminas a tiempo”, “puto si no lo haces bien”, “puto si te
haces pendejo” y una larga lista de órdenes. No sé, no sé, creo que podría
haber más productividad.
Regresamos mojados y para animar a las chicas nos
sacudimos como perros para salpicarles agua. Algunas corrieron, otras sólo se
encogieron. Tomé otra instantánea de bermudas y bikinis a lo largo de la playa y
la envié por facebook, con el mensaje: “Qué esperas, vente pa’ca”. Era evidente
que el mensaje es para los amigos conocidos y no a los amigos virtuales como
suele uno tener en la cuenta y que, entre algunos, jamás se llegan a conocer
personalmente.
Destapé otra cerveza y busqué con la mirada a
Griselda. Castro ya estaba diciéndole no sé qué cosas, entonces busqué a
Felicia. Ésta ya estaba con las amigas y los muchachos dentro del agua. Fue en
ese instante en que la presencia de una persona me hizo voltear a mi espalda.
Una chica desconocida, bajita y gorda venía en dirección mía. Hola, me dijo.
Respondí el saludo.
–Mi amiga quiere conocerte –aseguró.
No era la primera vez que una extraña quisiera
conocerme. Ya me había sucedido en otras playas mexicanas. En Acapulco conocí a
una paraguaya; en Cancún fue una italiana; en Veracruz, fue una nativa del
puerto, con quienes tras una breve charla nos poníamos de acuerdo para salir.
Yo acepté acompañarla hasta donde su amiga aguardaba
muy sexi sentada en una silla bajo un techo de palma. Se llamaba Azucena, dijo
ser de Guadalajara, y había venido a Matamoros de vacaciones y deseaba conocer
esta misma noche un antro que fuera atractivo antes de partir al siguiente día.
Para eso yo me servía con la cuchara grande y le dije que, sin duda, yo la
llevaría al mejor lugar donde se daría la divertida de su vida.
–¿Ella irá también? –señalé a su amiga la gordita.
En realidad yo no quería que ella nos estorbara si
no iba a servir de pantalla. Azucena pareció interpretar claramente la
insinuación de mi tono de voz.
–No, a ella no la dejan salir mis tíos. Iremos únicamente
tú y yo.
Me pidió mi número de teléfono… Te doy mi face, le
dije. Lo anotó, cruzamos otras breves palabras y nos quedamos de ver en la
plaza a la 9 pm. Me despedí de ella interpretando sus coqueteos como una
promesa que terminaría en la cama de algún hotel. Retirado, eché un vistazo
hacia atrás… ya se marchaban.
Mientras se daba ese encuentro, busqué otra vez con
la mirada a Griselda. Ella escapaba corriendo de las olas junto a Castro,
llegaron a uno de los parasoles, tomó el bloqueador solar y comenzó a untarse
sonriente. Tenía que asegurarla para mí. Tomé otra cerveza y fui directo a ellos.
La destapé al llegar. Castro me dio las gracias, pero se quedó con la mano
suspendida porque yo se la ofrecí a Griselda.
–Ahora no, me estoy poniendo bloqueador solar.
–Bueno, yo puedo terminar de untarte en lo que tú te
la tomas –le propuse coquetón sabiendo que se negaría.
Castro me echó una mirada asesina. Griselda, para mi
sorpresa, tomó la bebida y se colocó de espaldas sobre la toalla para que yo,
con la delicadeza con que se toca un pétalo, comenzara acariciarla con crema en
las manos, y para no sentirme utilizado como a algunas mujeres les gusta
hacernos sentir, le hice plática. De este modo haría a un lado la presencia de
mi amigo que estaba confundido de cómo proceder y contrarrestar mi ataque.
–También puedo darte un buen masaje para que tu cuerpo
esté completamente relajado –dije sobándole los intercostales.
–¿Sabes dar masajes? –preguntó ella.
–¡Oh, sí!, excelentes masajes que te harán sentir
una chica nueva y revitalizada.
–¿Y tú le crees? –intervino molesto Castro–. Éste no
sabe más que andar de juerga.
Si no fuera por el maldito facebook al cual soy
adicto, mis manos hubieran acariciado sus torneadas piernas. Tomé el teléfono y
miré el mensaje. Era una invitación de amistad de una tal Aeroflux69, acepté desinteresado
y volví a guardar el teléfono para concentrarme en acariciar las piernas de
Griselda, pero Castro ya se me había adelantado, estaba hincado aplicándole bloqueador.
“Puta madre”, fue lo primero que grité mentalmente.
Sustituido me retiré. No quise verme como los perros
que se disputan una perra en celo. Busqué a Felicia. A las risas, ésta era
cargada por los musculosos brazos de Saúl, la trepó a sus hombros y la lanzó al
agua. Así que me fui al otro parasol para sentarme, tomarme mi cerveza y
comerme algunas papitas mientras le echaba el ojo a alguna otra amiguita.
Mi teléfono me volvió a avisar que un nuevo mensaje
había entrado. Miré el face. Aeroflux69 me contactaba por el chat: “A las 9, no
me dejes plantada”. Pegué un salto de sorpresa al descubrir que éste era el nombre
de usuario de Azucena. “Ahí estaré”, respondí de inmediato. El chat me avisó
que ya se había desconectado pero que recibiría el mensaje cuando volviera a conectarse.
Guardé el teléfono.
Pamela, otra de mis amigas, salía corriendo del agua
en dirección mía y sin más se sentó a mi lado. Era de piel morena, de esa piel que
se pone roja con el sol.
–¿Por qué no te has metido? –me preguntó secándose
con una toalla.
–Estaba a punto de hacerlo –respondí–. ¿Quieres una
cerveza?
–Si me la das.
Las mujeres tienen ciertas expresiones que uno las
interpreta como coquetería cuando sólo es un acto de seducción para que uno se
comporte caballero con ellas. Yo siempre me quedo con la idea de la coquetería.
Le destapé su cerveza y le dije:
–No me había fijado en lo hermoso de tus ojos.
–Ah, gracias… los tuyos no se ven mal –indicó
llevándose la cerveza a la boca.
–¿No quieres que te aplique un poco de bronceador?
Se ve que el sol te ha quemado.
–¿No será que sólo quieres tocarme? –respondió con
una sonrisa descubridora de intenciones.
–Bueno, me gustaría tocarte todita sin crema alguna,
¿qué dices? –aproveché para tocar el punto.
Ella se carcajeó.
–No pierdes el tiempo, ¿eh? ¿Y qué va a decir tu
novia?
–¿Quieres que le pregunte?
–¡Nooo! Mejor vamos a meternos al agua.
Tomó mi mano y me arrastró corriendo hacia las olas.
Los hombres creemos que somos nosotros los que
elegimos o conquistamos a las mujeres. Ellas son muy amables al hacernos
creerlo así. Chapoteamos juntos, nos integramos al grupo, jugamos, rozamos
nuestros cuerpos, intercambiábamos caricias discretas, tan discretas que no se
llegaban a saber si eran intencionales o por accidente hasta que éstas se iban
definiendo durante el resto del día hasta llegada la noche.
Oscureciendo, y quedando la playa más libre para
nosotros, rodeamos un pequeño fuego para tocar guitarra, cantar, bromear,
contar chistes y a donde el chupe nos llevara. Quizá terminaríamos desnudos
dentro del mar como en otras ocasiones y culparíamos a las olas de irnos
alejando por parejas poco a poco. O bien, de plano nos iríamos desapareciendo a
lo largo de la playa en busca de un nidito de amor.
Yo abrazaba a Pamela. Seguramente, como ya estaba
previsto, terminaríamos por buscar nuestro rinconcito con las estrellas por
testigos. Saúl nos contaba un chiste cuando mi celular avisó un nuevo mensaje.
Me retiré para leerlo, era de Aeroflux69. Sí, la chica llamada Azucena de la
que ya me había olvidado.
“Me estoy poniendo guapa para ti, ¿cómo irás
vestido?”, dijo despertando de inmediato mi interés. “Informal, mezclilla y
playera”, escribí. “¿Y de ropa interior?”, preguntó. Las campanas de mi libido
comenzaron a sonar. “Boxer”. “Me gustan los bóxer… ¿quieres saber las mías?”.
“Sí”, escribí a una velocidad vertiginosa sobre el diminuto teclado. “No te lo
diré”. No supe qué responder que fuera cortés pero mi mente gritó: “Hija de la
chingada”. Como buen caballero escribiría “no importa” pero ella se me adelantó
escribiendo: “¿Qué tal si mejor te las enseño?”. Yo sentí un escalofrío o un
temblor que me sacudió el vientre. “Eso suena mejor”, digité con temblorosos
dedos. “¿Ahora mismo?”, insinuó. Yo la imaginé con la sonrisa sonrojada de una
chica que dice lo que personalmente no se atreve o si se atreve quiere obligar
al hombre a llevar la conversación que ella ha iniciado y por rubor no quiere
continuar, así que le cede la palabra al hombre, y si éste no es astuto para
aceptar el juego, entonces aquella encontrará un recurso para dar fin a la
insinuación. “¿Por qué no? Sólo tienes que decirme dónde nos vemos”, se la puse
facilito.
Esperé la respuesta. Los segundos se hacían eternos.
Si decía que sí abreviaríamos todo ese juego de seducción en el antro e iríamos
al grano, que al fin de cuentas es a lo que yo quería llegar, y si ella me
facilita el camino, mejor. Pero no respondía y pensé que me había hecho una
broma en la que inocentemente caí.
Di media vuelta para reunirme con los amigos que
seguían divirtiéndose con sus ocurrencias cuando un nuevo mensaje de
Aeroflux69, entró: “Te espero en el faro.” Volví mis pasos y eché un vistazo al
faro. Calculé unos trescientos metros de distancia hasta lo más alto y
solitario del risco donde lanzaba su largo brazo de luz para orientar a los
barcos y a los náufragos. “Voy para allá”, respondí. No avisé a mis compañeros.
Supuse que no tardaría más allá de dos horas y aunque entre ellos preguntarían
por mí, aún sería temprano como para que se preocuparan por buscarme.
Haría mi encuentro fortuito tal y como Aerofux69 lo
deseaba y volvería a seguir la fiesta con Pamela, única a la que le hice señas
de que volvería enseguida por ser la que más volteaba a verme. Sí, el faro representaba un buen lugar romántico
para que una chica de Guadalajara de nombre Azucena tuviera una inolvidable aventura
sexual con un desconocido.
Apresuré mi paso. La arena no me dejaba avanzar más
aprisa. No quería hacerla esperar mucho tiempo y emprendí la difícil carrera.
Me detuve agitado al pie del risco, busqué un camino que me permitiera subir
sin tanto riesgo de caer. La noche era más oscura allí. Comencé a ascender como
pude causándome algunas heridas leves. Pero no importaba, la promesa que me
esperaba allá arriba lo merecía.
A media pendiente, llegó un nuevo mensaje.
“Apresúrate, mi amor, que estoy ansiosa”, decía. No contesté. En su lugar me
sentí revitalizado para subir más aprisa. La imaginaba esperándome ya
semidesnuda que tan pronto me viera se me lanzaría a los brazos para sofocarme
con sus besos, para encenderme con sus caricias, para que nuestros cuerpos
desnudos se bañaran de hierba y arena suelta.
Llegué, por fin, a la cima. Agitado la busqué con la
mirada entre la oscuridad. Había estacionada una camioneta Escalade negra, como
la mía, a unos 40 pasos de mí, la que pude ver cuando la luz del faro pasó
sobre mi cabeza. Cauteloso caminé hacia allá. Supuse que Aeroflux69 me estaría
esperando dentro.
Conforme me acercaba, la portezuela del chofer se
abrió y de ella descendió la que ansiosa me esperaba vestida de playera, pantalones
holgados y botas. Cerró la puerta y esperó a que llegara.
–Hola –saludó.
Yo intenté abrazarla para al mal paso darle prisa y quitarle
su ansiedad. Ella me contuvo.
–Espera, hagámoslo dentro de la camioneta –me dijo.
Abrió la puerta trasera y me invitó a subir primero.
Yo le hice caso, pero me quedé estático cuando del interior un hombre me
apuntaba con una pistola. Mi reacción inmediata fue correr pero otra pistola
sujetada por Aeroflux69 me empujaba por la espalda al interior.
–Sube cabrón o te partimos la madre aquí –me ordenó
agresiva a mis espaldas, Azucena.
Con suma rapidez, el hombre me tomó por los pelos y
me metió a jalones. Encañonándome la cabeza con su pistola, sentenció:
–Tu vida ahora depende de tu papito, pinche joto.
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