domingo, 22 de julio de 2012

Universos errando mundos
Lit de Bliss

¡ADQUIÉRELO!
Libro en Papel $177.00 mnx
Ebook distintos formatos:
$37.00 mnx Solicítalo en versión Kindle, pdf, ePub o Lit
 

http://editorialatreyo.yolasite.com

jueves, 17 de mayo de 2012

Las horas colgadas









Las horas colgadas


Esas horas colgadas
en el muro del tiempo,
historias enmarcadas
de todo un firmamento.

En sus grietas cuajadas
de intervalos perdidos,
energías truncadas
podridas en olvidos.

Y las horas aladas,
movimiento perpetuo,
se suman despiadadas
en la orla del recuerdo.

El lapso no perdona
a la etapa del tiempo,
y el instante abandona
el sobrevuelo inquieto.

Esas horas colgadas
en el muro del tiempo
sollozan estampadas
hasta el fin del momento.


Pili González, escritora neolaredense y miembro activo del Colectivo Poético Cien Años de Soledad






Editamos, publicamos y promovemos tu libro. 



Qué es la literatura

"...el resultado literario sólo es arte cuando el autor es inteligente y aplica este recurso con el afán de dialogar con su lector, y sólo si lo consigue, sobre alguna propuesta que de algún modo u otro logre una transformación en él, aunque sólo sea la de interesarlo en cierta reflexión."




 Qué es la literatura



Ahora bien; supongamos que hablamos de literatura y en especial de la obra literaria. Entonces, a poco hablar, uno se pregunta: ¿Qué es literatura? y ¿Cómo es una obra literaria?. Es que en el camino, leyendo, encontré tanta lectura que no era literaria. Por ejemplo las noticias de los diarios, un artículo médico, un eslogan publicitario, un panfleto político, una arenga y mucho más. Incluso hay ciertos escritos que parecen poemas, que simulan ensayos, que se les cree crónicas de valor literario, pero no lo son. A veces es, con cierto ingenio, fácil estructurar escritos breves que se reputan literatura:

Entre tules y noche negra
el pájaro de la luna
amenaza mi tristeza...
Soy la víctima
de tu ausencia.

Basta tener una cierta colección de palabras clave, como tules, noche, luna, pájaros, tristeza, ausencia. Ya con estas seis podemos fabricar infinidad de poemas:

La ausencia de tu ausencia
en noches sin luna
me convierten en víctima
de tanta tristeza
oculta como pájaro
en un nido de tules negros

 También podemos seguir con más y más ejemplos; pero qué dicen: ¿Quizás un sentimiento? ¿Un hallazgo? ¿Es ésto literatura? No seré yo quien comprometa una última sentencia. Hay quienes lo reducen a teoría y sostienen que literatura es sólo una forma de creación lingüista. Todo lo que teje cualquier mensaje, en el sentido amplio, que importa un estímulo en el lector, es literatura. Es decir, literatura es la formulación de un lenguaje. Por este camino transitan las vanguardias y muchas academias. En la otra vereda están quienes niegan de plano esta idea. Sostienen que la literatura es una compulsión vital, inevitable para el poeta o el escritor.

Por mi parte debo reconocer que cuando escribo, literatura es aquella segunda definición. Pero cuando divago, cuando elucubro, cuando mastico y trago lo escrito, al leerlo, ya sea propio o ajeno, la balanza se me carga a la primera. De algún modo comienzo a medir, a pesar, a analizar estructuras, formas y más, para mejor juzgar. Descubro al fin que en literatura, como quizás en todo quehacer humano, se presenta el dilema de la teoría y la praxis. Para escribir El Castillo, Franz Kafka escribió El Castillo: ¡Así de estúpido! ¿No? Sólo hubo una idea central: El mito de la autoridad política; del poder de gobierno, en contrapunto con la vida de todos, de todos los días. Desde ese nudo central se va construyendo la novela a base de la vida misma. No hay teoría sobre cómo decir, ni sobre reglas lingüísticas, o relativas al canon de la academia en su construcción, sino sólo libertad; libertad de escribir, de exponer, de representar. No obstante, salta la pregunta, que lleva de vuelta a la vieja discusión: ¿Por qué Kafka escribió El Castillo? ¿Y qué hay tras el agrimensor? ¿Qué o quiénes son sus dos pertinaces ayudantes? Y yendo más a fondo: El estilo peculiar de Kafka, que nunca se aleja de la frontera de lo absurdo, aunque real, ¿es un recurso muy bien manejado? o ¿es una pulsión inevitable del autor?. Por esta vía volvemos a la teoría y a la praxis en la teoría: ¿Debe la literatura empujar al lector a desarmar la obra literaria, como quien desarma una maquinaria para comprenderla? ¿Es válido leer desde la razón en blanco, sin análisis, dejándose influir por el sentir de la lectura? Entre la postura analítica y la del dejarse ir de la lectura, hay dos obras diferentes, cuando menos. Pero entre el supuesto del autor que escribe, sólo privado de su pudor y el que se supone que escribe desde la compleja teoría de la academia que obliga a estructurar, a normalizar según cánones precisos, o a seguir ciertas rutas a las que empuja el sentido de los tiempos decantados en la sociedad en la que se escribe y para la que se escribe, respetando reglas y compromisos, también habrá dos visiones distintas, al menos, de una misma obra. Así, entonces, dada una pieza de literatura y su autor, en cada lectura de un lector diferente, se tendría cuando menos cuatro obras atadas a las diferentes disposiciones del autor y del lector. O nueve si suponemos que la visión del autor sobre su eventual lector, para quien escribe, no es el lector propiamente tal; ni el autor en sí tampoco es la visión que el lector llegaría a formarse del autor.

Imagino que por la disquisición anterior podría llegar a estructuras de análisis literario complejísimas, que van mucho más allá de lo literario, aun cuando nazca de ello, respecto a cómo mirar este arte, cuáles serían los puntos de vista válidos y cuales no. Un elemento que surgiría de inmediato, multiplicando la visión, es la posición temporal. Imagino, por ejemplo, un lector del Quijote idéntico a mí mismo en todo, excepto en que él esté inmerso en la sociedad del mil seiscientos treinta y no en la de dos mil doce. Sin duda ninguna su lectura, si la hiciera bajo las mismas disposiciones que yo mismo tengo hoy, leería otro Quijote diferente, siendo en todo igual. Parecería que digo algo absurdo, pero al menos Borges estaría conmigo y quien no lo crea, que lea a su Pierre Menard, autor del Quijote. En fin, imagino que aquel lector más o menos contemporáneo de Cervantes, leería su Quijote en Madrid y no en Santiago de Chile. No hay duda que un madrileño del mil seiscientos es del todo diferente y tiene un análisis diferente a un chileno del dos mil. Si unimos y combinamos todos estos factores, de suyo simples, lejanos de la sutil academia, cuyos parámetros y protocolos han de ser inconmensurablemente más multivariados que los expuestos en este artículo rápido; podría asegurar que a vuelo de pájaro tendríamos varios cientos de Quijotes en el mismo Quijote y decenas de Pierre Menard de Borges en su único Pierre Menard y lo mismo en El Castillo de Kafka o en el Crimen y Castigo de Dostoievski y en Guerra y Paz de Tolstoi, también infinidad de Rayuelas de Cortázar; muchas, muchas más que las que el mismo autor quiso imaginar desde el orden en que su Rayuela se leyera.

Así, por lo tanto, ¿tendrá más validez, la teoría, sobre una pieza literaria, que la simple opinión, llana, que considera que la literatura no es más que la expresión de la vida misma? Los hermanos Karamazov de Dostoievski puede ser leída con la mente abierta y desprejuiciada. En ese contexto no es más que un drama en una familia destrozada por la avaricia del padre y la ambición del hijo, cuando ambos se encaprichan con la misma mujer. ¿Dimitri asesina a Fiodor? ¿Fue el criado Smerdiakov? ¿Qué papel jugó en esa muerte el intelectual Iván y el buen Aliosha? Todos son elementos de un drama que apasiona, pero si después de leer la novela, o bien si antes de leerla leo el prólogo del autor, cuestión que muy pocos hacen, posiblemente el foco se aguce en otros puntos diferentes a los que parecen atrapar la lectura abierta: Esta novela, dice Dostoievski, es sólo una primera parte de una historia mayor. El héroe de toda la historia que comienza con Los Hermanos Karamazov, es Alexei Karamazov y esta novela tiene el fin de introducir a los personajes, ponerlos en contexto social, en el ambiente del escenario, para, en una segunda parte, desarrollar la idea definitiva estructurada sólo en la mente del autor, que murió antes de completar sus planes: Nunca llegó a escribir la parte culminante de su idea. ¿Tenía Dostoievski, en ese plan, un afán teórico, de demostrar que la literatura es una construcción lingüística, un mecanismo de relojería verbal? Creo que no. No obstante para creerlo, ¿debo sentarme a la mesa de la tertulia literaria o a la del laboratorio académico? Sin duda alguna, la primera es la mesa del que disfruta la lectura, la del que concluye que el autor construye un modelo de la sociedad rusa, en miniatura, donde el padre es la clase dominante y rica, que despoja al pueblo que aspira a convertirse en despojador. Iván, en tanto es la clase intelectual, que tiene soluciones de escritorio y teoría, pero que jamás actúa, nunca está en la lucha, sino que permanece en las ideas, incluso hasta el delirio. Aliosha es la fuerza moral y Mitia el despojado, el abusado, que además es incapaz de manejar su propia suerte. Todo esto es posible de concluir, pero nada se puede demostrar. Quizás germine en un artículo, en un ensayo, pero nunca en una teoría. Esta se teje en los altos círculos académicos, donde se colecciona fórmulas, se cataloga recursos, se nomina y crea conceptos que se jerarquiza y engrana, hasta el punto de demostrar; y no sé si tienen razón; que la novela es el resultado de una construcción de precisión, donde cada pieza calza con un cuidadoso plan, no para que el lector disfrute del placer de leer y del desafío de comprender una exposición atada al texto, que en este caso podría ser la advertencia a la sociedad rusa de su viaje sutil hacia la que luego fue la caída en la revolución de octubre. No. El plan habría de reflejar una forma de comunicar, es decir la máquina de entregar el mensaje y no el mensaje entregado. Éste no tendría tanta importancia como la forma estructural de hacerlo. Siempre, cuando pienso en estas cosas recuerdo a Dino Buzzati y su cuento de Los Siete mensajeros. Este relato, que fascinó a Ernesto Sabato, quizás por el misterio de su estructura que parece hecha para un hombre de aguda razón científica, de intensa reflexión, como él, deja al final una rara sensación en la que uno no sabe si es más bello el relato formal o lo que el relato propone. Entrando por esta vía me encuentro con el paradigma del automóvil. Éste nace como una manera de reemplazar utilitariamente al coche de caballos. Lo que importaba era su función. Hoy en día, gran parte del encanto del automóvil no está ahí, sino en su estética. De este modo resulta que es más bella la máquina que su producto y que se construye la máquina para sí misma y no para su objetivo. Me recuerda a un ingeniero mecánico, ¿quizás loco?, que abandonó el diseño por la estética de su maquinaria. Construía artefactos, aparatos, completamente inútiles: Sus giros eran estéticos, su operación sorpresiva, pero no tenían utilidad ninguna. Demás está decir que al final hizo más fortuna con esta artesanía que con la ingeniería mecánica.

Después de mucho girar en torno a estas ideas, que de manera alguna dilucidan el problema de si la literatura se justifica en sí misma, como una entidad del lenguaje o si es un vehículo que produce arte eventual y su valor es aquella producción y no otra cosa, y después de, para esto, buscar en autores más bien clásicos, que me den argumentos para una postura tradicional y conservadora, me encuentro con Los Buddenbrok y La montaña mágica de Thomas Mann; en esta última, por ejemplo, recuerdo como un momento gozoso de la lectura la escena del discurso de Mynheer Peeperkorn en la cascada, donde posiblemente se despide de todos, antes de suicidarse y quizás haya intentado exponer sus razones; pero nadie le oye, ni siquiera el lector, debido al intenso ruido de la caída del agua. Esta escena, como tal, como máquina de trazar un significado, es infinitamente más bella, a mi entender, que el significado mismo de la incomunicación, incluso literaria, que expone y expresa Mann a través de su personaje y la escena en cuestión. Si a algún lector de Thomas le pasó desapercibida, le aconsejo releer el fragmento con atención, pensando en el significado de Peeperkorn en la trama y su contraste con la dialéctica de Naphta y Setembrini. Más acá del gozo estético, volviendo al frío análisis, encuentro con frecuencia que mis argumentos en favor de la literatura por el relato o por la vida misma, se dan una vuelta sobre sí mismos para mostrar a cada autor selecto, como un amante de la estética de la máquina literaria, incluso cuando no renuncian al producto de ella. Así queda revelado en este ejemplo de Thomas Mann.

En el límite de esta situación encuentro a mi amigo Joyce que me recuerda a aquel ingeniero loco, que disfrutaba de construir sus máquinas inútiles, no por demostrar que lo inútil tenía belleza, sino porque sólo le interesaba la belleza, sin detenerse en su utilidad. Tal vez así haya construido Joyce su Ulises, que a veces parece una suma de piezas de experimentos, pero casi todos bellos, como me dijo alguien: "Es como un tapiz hindú: Lleno de preciosas filigranas todas diferentes".

Entonces, la literatura, ¿Es el resultado de una compulsión incontenible por expresar algo, o es el resultado del intenso pensamiento, trabajado con esfuerzo sobre un conjunto de reglas y recursos, donde aquel algo expresado es casi innecesario, aunque ineludible tan sólo? Tal vez este dilema, cada vez más presente, haya empujado a tantos autores actuales a escribir tanta novela absurda de detectives o de misterios, de investigadores literarios de crímenes y sucesos y más. Es que la novela de detectives es literariamente lo más parecido a un reloj. Al menos cuando el autor es inteligente y sabe construir un artefacto. Cuando fracasa, no se parece al reloj y muchas veces, tal vez demasiadas, tampoco a la bella máquina inútil, sino sólo a un estrafalario fracaso.

Al final, la única conclusión cierta, que me atrevo a aventurar, es que el resultado literario sólo es arte cuando el autor es inteligente y aplica este recurso con el afán de dialogar con su lector, y sólo si lo consigue, sobre alguna propuesta que de algún modo u otro logre una transformación en él, aunque sólo sea la de interesarlo en cierta reflexión. Sin esta médula central la literatura no es más que la frase al pie de una imagen que vende un producto, o que el anuncio de neón, o que el programa del candidato. La literatura debe lograr que el lector juzgue por qué compra el producto, por qué el anuncio de neón convence más que otro de lata, y también debe mostrar cómo leer, por fin, el discurso político para ejercer sobre él un juicio libre y amplio. De no ser así, la literatura es sólo un ejercicio esteticista, en el mejor de los casos, que ya no me calentaría el ánimo. Es que quizás la literatura sea el arte del pensamiento. Sólo eso.



Kepa Uriberri






Editamos, publicamos y promovemos tu libro. 



miércoles, 2 de mayo de 2012

López Obrador bajo la pirámide


…Ya está sucediendo un temblor más, porque es un discurso que no lo van a pronunciar los otros, solo él, el peligro para México, el mesías tropical, el soñador, el insistente. Su palabra es otro movimiento telúrico que cimbra no sólo a los de la plaza, sino también a los descendientes de la pirámide que tiene allá al fondo, la de la iglesia en su punta…

Crónica desde la región política
López Obrador bajo la pirámide
Imágenes del autor
Por Manuel Murrieta Saldívar



CIUDAD DE MÉXICO. - Una fuerte tormenta echó a perder la feria del libro en Puerto Rico, canceló mi avión a San Juan lo que a su vez produjo cambiar ese boleto hacia la ciudad de México para una inmersión total en la región política…así se empezaron a confabular las circunstancias. Habían ya iniciado las campañas presidenciales, se acercaba una nueva vacación primaveral y se acumulaban las ganas de escapar del mundillo académico. El escenario, así, se estaba completando. En verdad me sentía como león enjaulado atestiguando desde lejos, sin ningún sabor ni encanto, el revuelo de “la grilla”, sobre todo cuando revisaba correos electrónicos y las redes sociales saturadas de noticias y debates, perfiles de los aspirantes, posturas apasionadas, fotomontajes. La prensa electrónica y las televisoras también hacían lo suyo revelando encuestas, las pifias y aciertos de los aspirantes, sus giras hacia los confines de la patria. Todo eso consumía mi curiosidad de irrenunciable cronista pero también, nostalgia por lo mío, seducía a la conciencia ciudadana y a la preocupación por lo que le estaban haciendo al país.
Entonces, desde mi aposento en California, noté que los envíos del PRD al “Hotmail” contenían los datos de los jefes de prensa. Por no dejar pasar, me atreví a llamarles identificándome como periodista y estudioso de lo mexicano en USA y, para mi sorpresa, no solo confirmaron que podría asistir a las conferencias del candidato Andrés Manuel López Obrador, sino integrarme a alguna de las giras. También enviaron, sintiéndome privilegiado, su agenda de actividades de las siguientes tres o cuatro semanas. Era lo único que necesitaba para armar el itinerario. Y no esperé, esa noche la aerolínea confirmó que podía traspasar el boleto sin mayor problema, escogí fechas y marqué lugares por donde se movería el candidato durante mi estancia. ¿Por qué Obrador?... bueno, para nadie es un secreto que suelo simpatizar con los soñadores, con las utopías que procuran transformar nuestras contrastantes realidades sociales. El mismo Obrador hasta me parecía moderado, dado su origen y trayectoria. Nada que ver con el Che, Lucio Cabañas, ya ni se diga Evo Morales. Sin embargo, era el más cercano a esos ideales de sociedades más justas, el que durante años seguía prometiendo cambios en beneficio de esos seres empobrecidos, olvidados, que impactado descubrí en mis inicios de periodista por las periferias de cualquier ciudad. Y ahora los veía sufrir en casinos y guarderías incendiadas, surgiendo en narco fosas, tirados sus cadáveres sobre calles transitadas o emigrando desesperados por un plato de proteínas, y como última opción, hacia la pesadilla norteamericana. Puedo jactarme entonces ser uno de esos reporteros que en lugar de unirse siempre a las giras de los candidatos en avionetas, cubría mejor, en autobuses del servicio público, a los que postulaban idealismos en poblados de casas de cartón y calles sin pavimento. Eran aspirantes a alcaldes o diputados de partidos que ya no existen porque perdieron sus registros. Además, y ya como ciudadano, creo tener el récord de votar por quienes jamás ganaron un puesto de tan “radicales” para su momento histórico. Alguna vez, solo como ejemplo, hasta voté por doña Rosario Ibarra de Piedra y su plantilla del PRT, que no PRD…Sociedades utópicas y candidatos incómodos, ya se imaginarán entonces el rumbo que tomaría mi viaje…


Cerveza artesanal antes de visitar al candidato

Llegar a la ciudad de México un fin de semana es aun más peligroso porque se supone que te vas a preparar para la actividad de los días venideros pero, sin remedio, eres víctima de la infinita oferta cultural y de la bohemia. No obstante, pude notar que la agenda de Obrador era complicada y riesgosa para un fuereño y, sobre todo, para quien sufre el bombardeo de los medios en el extranjero que proyectan un país regado de cabezas cercenadas, de sicarios acribillando a más no poder, del narcomenudeo buscando el control calle por calle. Recuerdo la cara de un colega californiano antes de partir: “¿de verdad vas a México? Cuídate mucho, ya ves cómo está la cosa, ya varias universidades han prohibido los viajes hacia allá”. Sus palabras eran un lugar común, pero lo que conmovió fue su mirada, como indicando, “pobre, se va directo al matadero y por voluntad propia”. Descarté entonces alejarme demasiado del DF y eliminé las giras a Zacatecas, Durango o Coahuila, territorio Z o cártel de Sinaloa, o viceversa. Podría entonces ser el miércoles o el viernes, ya que se trasladaría a Tlaxcala, Puebla o Estado de México, todo a menos de dos horas en autobús y sin representar, suponía, tanto peligro en el mapa de la criminalidad. El fin de semana, por supuesto, también sirvió para instalarme, preparar mis instrumentos de trabajo y “fresear por la Roma”, la Condesa, la Juárez y el centro histórico. Entre parientes, amigos de ocasión o en solitario, surgía una cerveza artesanal aquí, un churrasco argentino allá, un chocolate picante en el Cielito Querido, unos tacos al pastor en la reactivada Zona Rosa. Vaya, hasta me convertí gustoso en el típico provinciano que visita el zócalo por enésima vez como si fuera la primera y me hice el intelectual en Bellas Artes con las gordas de Botero. Sin embargo, como nunca había sucedido, no estaba ansioso por seguir recorriendo la infinita urbe, sino por integrarme a la acción política, reminiscencia de mi pasado reporteril, sobre todo para estar en contacto con la gente, los votantes, mis paisanos, mis semejantes en calles, plazas, zócalos…observar eso que no veía en los medios al concentrarse más en los protagonistas y en los escenarios de altura.
Ya saciado, el lunes acudí a la casa de campaña del “Peje” a presentar una carta formal, el gafete de prensa, tarjetas de presentación, dar la cara, para ser considerado. Para mi felicidad, recibí la acreditación aclarándome que, dada la escasez de presupuesto, cada medio se hacía cargo de los gastos de logística. Los jefes de comunicación social fueron contundentes al confirmar que no contaban con transportación terrestre o aérea para la prensa. Por no dejar pasar, insistí, “¿no habrá manera de incluirme?”, pero fue inútil. “Cada día tenemos que desalojar personas, no hay cupo, lo sentimos”. Era verdad: mientras los otros candidatos utilizaban jets privados, helicópteros, cómodos autobuses donde se incluía a la prensa, en las giras de Obrador cada medio se las arreglaba como podía, si es que les interesaba cubrir las actividades del temido izquierdista. No había duda, en el fondo, con cierto orgullo y sintiéndome más útil, consideré que mis escritos podrían ayudar a promover al perredista, por lo menos entre mis lectores californianos, ¡equilibrar esa desventaja mediática!... iluso de mí, así, igual que los candidatos que uno apoya. Pero la realidad era tentadora: estaba en el DF, había recibido la acreditación y podría atestiguar en directo el paraíso que antes solo era visto parcialmente en las pantallas…


¿Le haría una pregunta a Andrés Manuel?

Cubrir entonces a Obrador, significó un sacrificio que estaba dispuesto a pagar, como ya lo había hecho antes con otros soñadores de bajo presupuesto. Y desde el principio, porque había que levantarse a las cinco de la mañana para llegar a la cotidiana conferencia de las 7 AM, café callejero en mano. Entonces vi lo inconcebible: a pesar de la confabulación real o ficticia contra Obrador, había una cola inmensa de “chicos de la prensa”, como si fuese una función de cine o un espectáculo para presenciar un ídolo de culto. Iniciaba frente al portón trasero, recorría toda la pared sobre la calle San Luis Potosí, hasta la puerta principal de entrada. Ya estaban acostumbrados porque apenas unos murmullos o monosílabos salían de sus bocas tal y como cuando se hace un trabajo de rutina. Quizá lo único nuevo era yo, pero nadie me lo hacía saber ocupados en sus charlas de colegas o ajustando sus equipos. Así que sin preguntar me coloqué al final con mi gafete y mis instrumentos de trabajo, tan solo interrumpido a veces por otros no acreditados o estudiantes de periodismo queriendo entrar como asistentes nuestros. Alrededor de las 6:30 AM, se escuchó la apertura del portón, capté unos movimientos y pasos al frente, era entrar ya al epicentro de la acción, de donde todo surgía. Si uno no era identificado por los coordinadores, exigían el gafete…en fracciones de segundo mostré el mío, di dos o tres zancadas hacia adentro, jalado por la curiosidad y la búsqueda del mejor espacio para este plato fuerte: presenciar la salida de López Obrador rumbo al podio, ese que tiene a Benito Juárez detrás y la bandera mexicana a un lado. Ya estaban encendidos unos reflectores apuntando hacia ahí, pero sus destellos diluían también las últimas señales de la madrugada que penetraba, para mi sorpresa, sobre nuestras cabezas; y es que se trataba de un patio al aire libre por cuyas paredes se asomaban ramas, enredaderas y quizá cables de las residencias contiguas. No se trataba, pues, de un auditorio o una sala formal de conferencias, como era mi creencia. Cuando salió el perredista, a solo unos seis o siete metros frente a mí, surgió la lluvia de flashazos, en serie, intensos, y la creación del ambiente después del “¡buenos días, cómo están, ánimoooo!”, entre su sonrisa y las de los más regulares de la prensa. La adrenalina estaba al tope porque era la primera vez que lo observaba en carne propia, confirmando que en verdad era un personaje carismático que no solo seducía a millones de mexicanos, sino también al exigente grupillo de los comunicadores. Más bien a los trabajadores, esos que se mueven en el campo de batalla, camarógrafos, fotógrafos, técnicos, reporteros que lo arropaban aparatosamente. Y fue a lo suyo: entre la excitación y en ese círculo íntimo, se explayaba gustoso para cumplir, lo noté, la primera parte de la conferencia: un monólogo en el que lanza su discurso o un decálogo sobre algún tema nacional, en este caso el de la seguridad, la lucha contra el crimen organizado, resumiéndolo con ternura: “¡abrazos, no balazos!”, o con sabiduría, “¡no fuerza, sino inteligencia!”. (Horas después se convertirían en slogans y en posters instantáneos en la magia de las redes sociales).
Sin embargo, capté que, en realidad, la prensa esperaba ansiosa la segunda parte de la sesión porque se convertía en un festín, un espectáculo, una cátedra de periodismo, un show sabroso pero enriquecedor. Por ejemplo, discutió sobre el papel de los medios y sus intereses: “Ustedes hacen muy bien su trabajo, el problema es con los ‘chipocludos’, desde el jefe de redacción para arriba, ahí empieza el corte y confección”, en referencia a la censura, ninguneo o tergiversación que le aplican los grandes medios para favorecer a los otros contrincantes de más recursos y mensajes moderados. Así, envalentonados y contagiados, lo azuzábamos, “¡ahora sí, vamos, vamos!”—se rompía el monólogo para proceder a las preguntas. Era curioso, no provenían en tropel, no había tumultos, voces entrecruzadas o empujones. Era una participación calmada, ordenada, aunque no necesariamente programada, parecían ya estar acostumbrados y se auto-organizaban. Si en la primera parte llevaban prioridad las cámaras, en la segunda, reporteros hasta atrás, bajo la lona que techa la casa, éramos los que ahora teníamos el protagonismo. Que si por qué las encuestas lo seguían ubicando en tercer puesto, que si se rodeaba de asesores izquierdistas sudamericanos, que si Calderón apoyaba algún capo. Vaya, hasta yo, que venía desde tan lejos y no era del pull citadino, recibí mis quince segundos de fama. Después de dos intentos, logró observarme y me indicó con la barbilla, “adelante con tu pregunta”. Y la hice, dándome turno entre la agresiva y competitiva prensa del DF, tocado pues por su carisma y atención. Una pregunta clave y listo, tan solo para sentir participar— ¿qué le sugerirá a USA, el principal consumidor de drogas en el mundo, en la lucha de usted contra el crimen organizado? Y responde al vuelo, primero mirándome a los ojos y después para todos—“vamos a persuadir a las autoridades de Estados Unidos que no es con medidas coercitivas como se resolverán los problemas de seguridad y violencia, tiene que haber cooperación”.
…. Y así continuó, sin dejar a nadie con la pregunta en la boca, todos saciados… pero en el trajín, para quizá confirmar su simpatía, nos retaba. “La mejor encuesta es la de la calle, las que hacen los ciudadanos, por ejemplo, pregunten a sus amigos, a sus parientes, es más, sé que votarían por mí si hacemos aquí con ustedes una encuesta a la salida”…. Lo que se apreciaría como engreimiento, exceso de seguridad, no resultó así, porque lo proponía con humor, convencido de su influencia, admirado por su atrevimiento a enfrentarse a los “poderes fácticos”, al sistema mediático con sus encuestadoras. El resultado fue que la gran mayoría nos echamos a reír, sabíamos que era verdad, claro, muchos votaríamos por él, y no solo en esa encuesta, sino en la verdadera del 1ro de julio, sin importar lo que pensaran los jefes de redacción, los directores de noticias, los de arriba que aplican el “corte y confección”. Y algunos, incluso, votarían por Obrador no tanto por sus posturas, sino más bien por esa personalidad que estábamos presenciando, la de un señor simpaticón, un bato alivianado, burlándose del régimen con tacto y elegancia, accesible, dicharachero, vaya, hasta podía ser tu cuate. Y así como entró, intempestivo, así desapareció con un saludo de mano levantada, dejándonos a todos ahí, esperando más, sin nadie retirarse en estampida, a pesar de que no existiera en ese patio una salita de prensa, unas mínimas condiciones para conectar laptops o acceso a internet de banda ancha. No escritorios, no cubículos, no infraestructura, ni alfombras, ni edecanes, ni boletines de prensa, no fotocopiadoras, nada para empezar a redactar, editar o transmitir…solo una cafetera de medio uso produciendo un café sin mucho sabor, pero suficiente para recargar, o mantener, la algarabía con la que muchos salimos lentamente queriendo quizá alargar la convivencia…


Temblores y salvamentos en Cholula

Mi celular registró varios mensajes de texto y tres o cuatro llamadas perdidas provenientes desde el DF. Tanta insistencia siempre resulta extraña. Al regresar las llamadas, me preguntan desesperados que si cómo estoy ese 11 de abril pasadas de las 6 PM. Pero apenas escucho…los altoparlantes de la Plaza Concordia de Cholula, Puebla, anuncian ya la llegada de Obrador. “¡Agárrese—me advirtieron—acaba de temblar en el DF y a la mejor le toca una replica por ahí!” Instintivamente respondo que no, que nada se siente, que el único temblor es la entrada, partiendo plaza frente a los arcos del zócalo, del candidato perredista. Corto la llamada y me dirijo a la valla, marcada apenas con un cordoncito naranja, en donde ya se le acercan como marabunta, sin guardaespaldas aparente, señoras que buscan un beso, jóvenes que pretenden autógrafos, niños que muestran asombro y campesinos ancianos tocándole los brazos…una crónica en inglés diría que es la llegada de un ‘rock star”, yo interpreto que es un político hábil que sabe qué decir y cómo comportarse con las mayorías marginadas; y se muestra peligrosamente accesible, codo a codo, bajo el fácil contagio de miles de desconocidos y de los disparos de las cámaras convencionales y las de celulares. Y ahora se dirige sin prisas hacia el templete entre unos quince mil poblanos que lo siguen ovacionando, “¡Obrador Presidente! ¡Es un honor estar con Obrador!”, mientras las enormes bocinas cesan de reproducir los últimos slogans que causan incomodidad a monopolio mediático: “¡Si es que el pueblo se organiza, no nos gana Televisa!”... al mismo tiempo, hago conciencia de que no experimento el movimiento telúrico, pero sí éste, el que provoca Obrador…venir aquí, a su mitin, me he salvado entonces de llevarme un susto pavoroso porque hubiera sido la primera vez de sufrir un temblor de más de 5 grados y en un octavo piso del DF….
Pero luego noto que yo no soy el único. Otro que se ha salvado es un arrugado Manuel Bartlett, se ha salvado de un linchamiento colectivo. Al momento de presentar a López Obrador, no solo recibe la rechifla, sino las exigencias de que baje del templete— ¡Fuera Bartlett! , ¡Bájenlo!— le recuerdan su pasado en la cúpula del PRI-gobierno, autor de corruptelas, de negociaciones antidemocráticas y de su clásica “caída del sistema” que propició un fraude electoral a la izquierda de los ochentas… la gente no lo olvida. La protesta va in crescendo, pero Bartlett, haciendo como puede su trabajo, logra terminar la presentación y disminuye el vendaval. No entiendo mucho de alquimias electorales, de negociaciones que resucitan “dinosaurios” y los colocan como compañeros de fórmula. Lo que impresiona, es cómo Andrés Manuel entra al salvamento, en directo, consciente y con urgencia. Lo que parece un error, una intervención mal planeada, que podría hacer del mitin un desastre, lo aprovecha para iniciar e improvisar su discurso. Al momento de tomar el micrófono, la audiencia no solo se calma, sino que ahora piden silencio, exigen bajar las banderas y pancartas, para verlo y escucharlo sin interferencias. Ya va hablar y todo es expectante. Empieza su retórica aprovechando el incidente, Obrador, el orador obrando, el que obra el milagro para Bartlett al explicar al gentío que se debe comprender que los personas cambian, que uno descubre haber vivido en el error, que hay que corregir y que, amoroso y perdonando, se llega el momento de rectificar el rumbo, de encontrar el camino hacia el cambio verdadero. Bartlett así apenas es salvado porque el público, noble, acepta tenuemente la justificación, sabe que es el preámbulo del discurso principal, el esperado, a lo que todo mundo viene. Presienten que se acerca la descarga, el desfogue, la catarsis colectiva porque queremos escuchar el mensaje alternativo, el diferente, ese que cuestiona a las oligarquías, a los 82 años del PRI-AN. Que se calle y se siente Bartlett, queremos saber de los fracasos de los gobiernos anteriores, el mensaje del milagro que puede colocar a México mejor que Brasil como ejemplo de desarrollo y beneficio social…
Ya está sucediendo un temblor más, un nuevo salvamento porque es un discurso que no lo van a pronunciar los otros, solo él, el peligro para México, el mesías tropical, el soñador, el insistente. Su palabra es otro movimiento telúrico que cimbra no solo a los de la plaza, sino también a los descendientes de la pirámide que tiene allá al fondo, la de la iglesia en su punta, porque Obrador continúa, precisamente, reconociendo el inmenso legado cultural prehispánico. Y los indígenas, aquí alrededor mío, serán también los beneficiados, rescatando su cultura, ofrecerles apoyos, pensiones, recuperación del campo y del maíz. Y de ahí prosigue, resistiendo de pie, único orador, un discurso de más de una hora en el cual él mismo tiene que cortar, pero le gritan, “¡sígale, sígale!”. Y cómo no, con mensajes como éste: “No puede haber gobierno rico con pueblo pobre, no puede haber funcionarios ganando 600 mil pesos mensuales; todo se lo reparten allá arriba para salvar a banqueros y mantener gobernantes corruptos. No tienen llenadera!”. O joyas presupuestales como ésta: “Voy a ganar la mitad del salario de Calderón; bajar el precio de las gasolinas; rescataremos el campo, para no importar alimentos”. Ante los gritos de aceptación sube de tono, porque va a “eliminar la corrupción, basta de esa cultura del ‘que no tranza no avanza’, e insiste en que el PRI-AN ha concedido 50 millones de hectáreas a mineras extranjeras, más que con ¡Porfirio Díaz! O que las campañas de sus adversarios trafican con la pobreza de la gente, primero la saquean, y luego les dan limosnas para comprar su voto. Que quieren imponer a un candidato con la mercadotecnia, suplantando el derecho del pueblo a decidir… Extasiada, seducida, la audiencia ya está preparada para establecer los compromisos, como el izquierdista lo hace en todos sus actos: “¿Están dispuestos a convencer a 5 ciudadanos más…asegurar que vayan a votar… cuidar las casillas?”. Con la mano en alto, miles gritan que Siiii!... y ya, para cerrar, ofrece sus 35 años de experiencia, “no mentir, no traicionar, no robar” y, como en los sacrificios humanos de la pirámide, concluye, “¡pues yo también les ofrezco mi corazón!”, provocando el erizamiento de pieles y el acelere en las venas… En el desplazamiento hormigueante del final, una llovizna cae pero la gente se queda, como si desearan que en ese mismo instante llegue el 1ro de julio para votar e iniciar el cambio de inmediato. Pero lo que aparece es otra consigna de ocasión, “¡Ni la lluvia, ni el viento, detienen al movimiento!”, la audiencia luego escucha y tararea el himno nacional que ahora significa dolor por lo que sucede en el país, o esperanza por lo que pueda surgir. Al fondo, se aprecia ya oscura la pirámide con el diámetro más grande del mundo y donde Hernán Cortés y sus huestes realizaran la matanza de Cholula en 1519. Aquella fue una minoría que vino del exterior, con su tecnología superior, maquinando traiciones y manipulando profecías a fin de conquistar a la mayoría nativa tomada por sorpresa…todo quedaría sepultado bajo esa pirámide como lo simboliza la Iglesia de los Remedios en su punta; pero durante este mitin, unos quinientos años después, pareciera que las voces, las arengas de aquellos luchadores y guías espirituales, volvieran a resurgir desde los escombros en un desesperado esfuerzo por evitar que su pueblo siga dominado por otra élite distante y alejada de sus necesidades y costumbres cotidianas…



 Manuel Murrieta Saldívar es escritor, cronista, poeta y catedrático mexicano. Alejados del instinto, su última creación poética ha sido bien acogido por la audiencia lectora.





Editamos, publicamos y promovemos tu libro.