sábado, 31 de marzo de 2012

El nudo


El Nudo

Treshkaya volvió a su casa satisfecha de lo obrado. Se sentó en su cama y le dijo a su hijo, después de acariciarlo a través de su vientre con el pañuelo: "Mi querido Rabanito, ahora recibirás, al fin, la herencia de tu padre", y comenzó una lucha intensa y difícil con el nudo gordiano del centro. Es muy posible que el tiempo lo hubiera asentado, apretándolo. También es posible que el llanto de tantas penas de la bailarina haya contribuido a endurecerlo. No se podría descartar, tampoco, que el sentido de culpa, no del todo disipado por el permiso del viejo, dificultara la tarea de la bailarina. El temor a lo que podría encontrar ahí es, a la vez, un factor que habrá jugado a favor del nudo. Mientras lo manipulaba, casi sin éxito, pensaba que las semillas podían ser un anuncio de la nueva vida que estaba escrita en el destino del anciano. Se preguntó, de ser así: ¿Por qué tres semillas? ¿Cómo podría ella haber engendrado tres hijos y no saberlo? Se vio a sí misma con tres niños en los brazos, turnándolos en sus pechos, aunque la mujer de sus imágenes no era ella misma, sino alguna mujer ancestral, igual a ella, pero que vestía como hace dos siglos, vestidos largos, llenos de pliegues, de color castaño oscuro. El pelo recogido sobre la nuca dejaba escapar, con cierto descuido, algunos rizos que caían sobre el cuello. Se preguntó por qué se veía así, a sí misma y por qué estaba sentada en una silla de balancín de mimbre. Frente a ella había un brasero ceniciento, donde entreverado en el gris, aún se veía el brillo rojizo de las últimas brasas incandescentes. A su izquierda una alta ventana con los postigos abiertos dejaba pasar la luz decadente de la tarde ya muerta. Pensó que aquella imagen adolecía de una soledad atroz y que a pesar del brasero y los muchos ropajes de uso en aquella época, entre chales, faldas, vestidos, miriñaques, corpiños, refajos, calzones, bombachas, enaguas, sostenes, habría un frío que primero congelaba el alma y después el corazón. Quizás si aquellas tres criaturas sorbían de su pecho, porque sin ser ella misma, sí lo era de algún modo, el calor vital, dejándola helada.
Después de mucho trabajar, soportando contracciones y desesperados movimientos dentro de su vientre, después de quebrarse las uñas y usar los dientes; después de inventar trucos tales como enroscar la guía de la izquierda que parecía atravesar hacia atrás, aprisionando con firmeza la otra guía, y empujarla brevemente hacia la derecha, como para después jalar hacia abajo, cuando casi creía que en realidad Erre Erre no había tenido intención alguna de permitir el acceso a sus secretos, una parte del nudo cedió uno o dos milímetros, entonces una de las guías, aunque con mucho esfuerzo, pudo avanzar, o mejor dicho retroceder, para deshacer el nudo y volver todo a su estado natural. Danzaba, entretanto, en sus imágenes interiores, en un enorme escenario sembrado de zarzas espinosas y escaramujos, en el cual debía ejecutar una difícil coreografía, plena de jetes y pirouetes, que requerían gran precisión para evitar las espinas y seguir una ruta exacta que atravesaba una ancha planicie: "Ya soy una gran bailarina, soy una prima ballerina" se dijo y se sintió segura de poder sortear aquel escenario lleno de dificultades. "No sólo eso; ya podría bailar, en cualquier gran escenario, la muerte del cisne". El vientre se comprimió y el niño en su interior se movió con desesperación, aunque Kaya lo entendió como una expresión de gozo. Imaginaba que de alguna manera extraña, pero imposible, a pesar de hacerse cierta, el pequeño Rabanito jugaba con Rrrrabanito, ambos estremecidos de alegría por el logro inminente con el nudo gordiano del pañuelo, que con lentitud iba cediendo y se abría. Imaginó que era como una flor que se abre sosegada en el amanecer; una rosa silvestre, bermellón, florecida en un gran escaramujo en el centro del escenario de su pensamiento profundo. Creyó verlo así. Los pétalos de modo lento se iban desplegando, estirando, de manera que la forma de la corola, antes abombada y recogida, se transformaba para exhibir toda su belleza y el secreto de sus colores. Así el nudo, al desplegarse, como la flor, entregaría sus secretos guardados durante la noche larga de la muerte de Erre Erre, que de cierta manera, al abrirse el pañuelo, resucitaría. El sucio trapo fue cediendo entre los largos dedos de la bailarina, pasando bajo sí mismo, entre sus vueltas, como una enredadera silvestre, dejando arrugas donde había habido esfuerzo y secreto, hasta abrirse totalmente, lo mismo que la flor. Sus propias manos eran los sépalos y el paño, aunque blanco sucio, era pétalos de la corola, en cuyo centro quedaron exhibidos, como si se tratara de los estambres y el estilo, un papelillo muy doblado, hasta formar un pequeño bulto y tres semillas germinadas recién, quizás gracias a las lágrimas de Kaya. Una de ellas tenía una florecita muy pequeña de color violeta, en cuya corola tenía incrustada la segunda semilla que caprichosamente había echado raíces ahí, mientras las otras dos las habían metido en el tejido del pañuelo. La cáscara de los gérmenes aún estaba adherida a los bulbos de cada matita que había comenzado a crecer. Kaya, con suavidad quiso separar aquellas dos que estaban unidas, como si fueran madre e hija, pero desistió por temor a romper ambas plantas incipientes. Por alguna razón, que no pudo explicarse, la tercera le pareció que no le pertenecía o quizás algo en su forma retorcida, tal vez debido al encierro, le produjo un rechazo visceral, de manera que la apartó a un lado empujando con la uña para no sentirla.
Tomó el papelillo y lo desdobló con cuidado. Debido a la humedad y al paso del tiempo, se había acartonado y corría el riesgo de romperse, desgajándose. Era un trozo que había sido desgarrado de otro más grande, o de una hoja de papel de un cuaderno, o algo así, como si en él se hubiera tomado nota de un asunto importante y se hubiera arrancado de la hoja completa, sólo aquella parte que resultaba útil. El texto manuscrito posiblemente por la mano de un hombre por el lanzamiento y alzada de la grafía, angulosa y fuerte, aunque no llegaba a ser agresiva, estaba emborronado por la humedad que lo había atacado, dejando sombras azules alrededor de las letras. Kaya imaginó que era la letra del anciano y sin detenerse a leer, observó el ambiente regular, decidido, firme y cuidadoso, y le pareció ver a Rrrrabanito escribiendo aquello, en el fondo de su imaginación, no obstante no podía ver el detalle de las facciones ni la forma de las manos, a pesar que se esforzó por figurarlo con nitidez. Sólo lograba recordar aquella quilla en el rostro seco del cadáver que había visto por última vez y la mano que escribía era como una pata de pollo reseca; a pesar de todo estaba segura que era el anciano y al llegar al pensamiento evocador todo se transformaba en un mero concepto que reflejaba al hombre amable, sabio, sólido, que quizás ella misma había construido y sobrepuesto siempre sobre la realidad de Rrrrabanito. Al darse cuenta del contrasentido que había en esa manera de recordarlo, rechazó la evocación no por falsa ni por inconsecuente, sino porque no quería contaminar más la imagen del viejo que se había erosionado hasta desaparecer  y ya se estaba convirtiendo en un mero concepto separado de la verdad.
Leyó el texto, no sin cierta dificultad. El tiempo y la humedad habían desvanecido la letra, pero además su dibujo, no por armonioso, dejaba de ser algo críptico. Decía: «La verdad tiene tres veces tres caras, pero sólo una de ellas es verdadera, sin embargo nadie la ha visto». Debajo había unas iniciales que no tenían sentido alguno para Treshkaya. Volvió varias veces a leer la cita, quizás creyendo que al repetirla esta revelaría algún sentido hasta ahora oculto, pero no veía ninguno. Se preguntó, entonces: "¿Quién escribió esto? y ¿Por qué? ¿Por qué lo encerró dentro del nudo junto a tres semillas?". Elucubró sobre las tres semillas y las tres caras de la verdad, pero: "¿Por qué se tendrían que repetir cada una tres veces?". Pensó que podía referirse al viejo, al albañil y a ella misma y que cada uno veía tres verdades: la propia y la de los otros; que tenían, por tanto, tres interpretaciones que construían tres veces tres caras de la verdad. Imaginó un dado de nueve caras, que en cada una de ellas se dibujaba una interpretación, que iba variando de una a otra de manera que cada una con su adyacente eran casi iguales, pero con diferencias sutiles, de modo tal que vistas sin atención parecían todas iguales aún cuando al fin una cara y su opuesta tenían significados absolutamente diversos, a base de pequeñas variaciones. Pero todas ellas eran la verdad y significaban lo mismo. Sintió que esa explicación solucionaba el sentido de la sentencia del papelito, no obstante que visto desde otra cualquiera de las nueve caras que le corresponderían, resultaba absurdo pensar en que cada vértice del asunto los sostenían a ellos tres: Albañil, Rrrrabanito y ella misma. "¿Por qué no, por ejemplo: mi mamá, Carmen y yo?" se argumentó casi al azar, por unir tres miradas de mismo tipo. De repente sintió que se le helaba la sangre en el cuerpo y el pecho se le llenaba de un flujo pleno de alertas y urgencias. Miró las florcitas, nacidas de las tres semillas, que habían quedado sobre el pañuelo desplegado encima de su propio vientre. Una semilla había germinado en el cáliz de la otra, como ella de su madre, mientras la tercera, Carmen, estaba separada e independiente. "¿Y por qué tendría que estar mi mamá encerrada en el nudo de Erre Erre?" se preguntó, quizás como una forma de evitar la alarma, "porque si las tres fuéramos las semillas de las tres caras de la verdad, entonces las tres tendríamos que ser mujeres en su destino, pero mi mamá ni siquiera lo conoce". Este argumento la tranquilizó, porque en algún momento pensó que quizás significaba que Carmen también tendría un hijo de Erre Erre. En una imagen grotesca, nacida de lo más inconsciente, y absurdo, de su pensamiento primario, vio a su propia madre embarazada, como ella misma. Estaba en una gran plaza, como la de Los Constituyentes, junto a la bajada del metro, pero pavimentada en adoquines de piedra. En vez de las palomas que bajan a comer en grandes bandadas, la rodeaban unos pajarotes como los que poblaban el árbol pelado que había visto a la entrada de aquel pueblo del desierto. Eran sin duda aves rapaces. Graznaban en una algarabía y desorden espantoso y amenazador, aun cuando no le hacían daño alguno, como si de alguna manera los hubiera domesticado. Sin embargo sentía que en cualquier momento podían alzar el vuelo y atacarla a ella, sin razón ninguna. "¿Por qué habrían de atacarme a mí?" se dijo y rechazó toda la imagen y cualquier sentido oculto tras ella. "Por lo demás" argumento, "nadie me asegura que ese papel lo escribió Erre Erre. Ni tampoco que él haya puesto las semillas ahí. ¿Y si fue una gitana que le tiró la suerte?".
Se quedó pensando en esta idea y vio en su imaginación un triángulo más inocente: El viejo, ella y la gitana, eran los vértices de las tres caras de la verdad. Pero la letra no era de una gitana. No podía ser: Una gitana tendría una letra más parecida a la del albañil, aunque la frase tenía un sentido mágico que podría corresponder a una gitana y de algún modo parecía marcar un rumbo del destino. Imaginó a la gitana tirándole la suerte al anciano, en un parque, sobre el pasto verde y fresco, a la sombra de las acacias. Él escribía esta sentencia como síntesis de su oráculo. Entonces la gitana tomaba semillas del suelo, que recogía entre la grama y las unía al papel, sellando todo en un nudo casi inviolable, de manera que el destino, ahí revelado, convertido en ícono en esas tres semillas de acacia, no pudiera escaparse y hacerse elusivo. Esta idea le pareció más cómoda y quiso entenderla como definitiva, porque le permitía cerrar el tema. Así lo hizo, a pesar que sin quererlo volvían algunas preguntas, una y otra vez, como cuando se corretea a las palomas del alféizar de la ventana y al rato, con porfía, quizás debido a la sobra que ahí disfrutan, vuelven a posarse y vuelven una y otra vez. La figura del albañil aparecía alternativamente, completando un puzzle que se ataba al misterio que sus escritos habían significado, con su adelanto de los sucesos y la construcción de una verdad que siempre quiso negar y al fin parecía resultar irrefutable. Con todo, si bien era posible que las piezas calzaran perfectamente, no lograba hacer coincidir la expresión con los hechos y decía "Es como si la muerte del cisne se interpretara en prestissimo y Odette muriera como alcanzada de un balazo", sin embargo se reía de la idea y la dejaba de lado. En otro momento se veía a sí misma como la gitana que le veía la suerte, sentada en el césped sintético del Parque interior Vista Hermosa; el viejo se acercaba a ella y le decía que le viera la fortuna, ella lo invitaba a sentarse y el caía de espaldas a su lado, de manera aparatosa. Primero se reía de ese recuerdo y la caída ridícula de Rrrrabanito, pero entonces recordaba que ese había sido el día que Carmen había aparecido en sus vidas y aparecía de nuevo la imagen de las tres mujeres preñadas: Carmen, su mamá y ella misma; las veía a las tres sentadas en sillas de balancín de mimbre dispersas en la plaza de Los Constituyentes de adoquines de piedra, con sus tres altos mástiles al centro, con las tres banderas de las tres patrias, las tres vestidas como aquella imagen de ella misma, cada una con tres niños que succionaban alternadamente el calor sus tres pechos dobles, como si cada una fuera la semilla que había germinado dentro de la otra y le parecía que quizás esta figura fuera el vértice superior de las tres caras de la verdad y que todas las otras eran nada más que las variaciones necesarias de las tres caras tres veces repetidas con sutiles diferencias. Pero al lanzar el dado de la verdad, esta era la cara que marcaba el destino: Así lo había escrito, de seguro, el albañil. Se lamentaba, entonces, de no saber qué había pasado con él y no poder preguntarle cómo había escrito estos hechos, para conocer la última verdad; la verdad escrita, construida muy lentamente.
Por ese entonces, quizás sólo unas cuantas semanas después, esos hombres se presentaron en su casa. Ambos vestían de gris y azul, como si fueran gemelos, aunque eran muy distintos, excepto porque los dos usaban bigote. Uno de ellos, el más silencioso, lo usaba recto y cuidado, como si, con el corte preciso, intentara dar forma a la boca subrayando un gesto decidido y cruel, mientras el otro parecía dejarlo crecer con descuido, de modo que le tapaba la boca, posiblemente para ocultar algún defecto del labio o la falta de algún diente. A pesar de eso, producía un efecto contrario, porque era, precisamente él quien hablaba por los dos y porque el desorden del bigote tenía el efecto de atraer la vista a la boca del que lo llevaba, por lo abundante y espeso. El más alto, el del bigote recto, se mantenía más atrás, como si escoltara al otro. Él llevaba, firmemente sujeta, una carpeta roja de cartulina, muy ajada, como si los papeles que llevaba ahí dentro fueran fundamentales en alguna cuestión de gran importancia y estuvieran sujetos a permanentes consultas. Preguntaron por Treshkaya Ivanovna Maureira, con una solemnidad que en ellos resultaba fuera de lugar. Con modales certeros se metieron dentro de la casa, a pesar de la reticencia de la madre. Brevemente la interrogaron sobre ella y su relación con la "testiga" dijeron, como si para la mujer fuera evidente quiénes eran ellos, cuál era su misión y para qué buscaban a Kaya. La madre llamó a la "testiga" sin dejar a los hombres, que no esperaron a que se les ofreciera asiento para instalarse en la salita de recibo. Ella permaneció de pie vigilando y después la acompañó, en todo momento; asustada. Le hicieron muchas preguntas vagas, primero, sobre ella, sobre sus ocupaciones y amistades. Luego, casi incidentalmente hablaron del anciano. Como si fuera una casualidad interesante le preguntaron sobre él: ¿Quién era? ¿Cómo lo había conocido? ¿Qué sabía de él? y de pronto la conversación se había convertido en un interrogatorio sobre el viejo. El hombre del bigote espeso, que le cubría la boca como si intentara esconder lo que decía, lo conducía , mientras el otro había sacado un cuadernillo del interior de la carpeta, donde tomaba notas de todo lo que se decía. Cada tanto interrumpía para confirmar algún dato, o dar un rumbo a las preguntas, como si fuera quien estuviera a cargo de la inteligencia en el interrogatorio.
- ¿Cómo dijo que se llamaba? ¿Rrrrabanito Motototo? Pero eso no es un nombre, es apenas una interjección.
- Nunca le conocí otro.
- ¿Y donde podemos encontrarlo?
- ¿Y para qué lo quieren encontrar?
- Porque mató a su padre. Lo empujó por la escalera mecánica del metro -, aseveró detrás de sus bigotes de morsa de mar.
- Pero eso no es cierto...
- Hay muchos testigos. ¿Usted sabe dónde está?
- Sí. Murió hace dos meses - dijo.
- Pero... ¿Cómo murió?
- Lo mató su propio hijo - sonrió con tristeza y se llevó las manos a ambos lados del vientre.
- ¿Era este hombre? - pregunto el del bigote recortado, sonriendo con cierta crueldad, como si la pregunta pudiera causar enorme daño y eso le proporcionara un placer infinito, y sacó una fotografía grande de Rrrrabanito, que llevaba en la carpeta roja. Kaya la tomo en sus manos y al mirar la imagen, en la que se veía casi joven, dejó escapar un sollozo. Su madre le arrancó, la fotografía de las manos agitada por la sorpresa. Dijo:
- ¿Este es él? ¡Dios mío!... pero si es... es... - iba a agregar algo más, pero se retuvo y se llevó las manos al pecho, abandonando la fotografía. Después de un largo silencio, como si hubiera quedado en deuda con la frase interrumpida, dijo: - ... es... es... tan parecido...
Junto con la fotografía, aquel hombre tenía un cuaderno Navegante muy ajado y usado, que se había usado como testimonio para reconstruir los hechos. Como sea, ese cuaderno aportaba gran cantidad de datos aunque la historia en general estaba llena de situaciones que se consideraron mágicas, casi como si se hubieran escrito previendo, con cierta inteligencia, muchos de los sucesos antes que ocurrieran. Otros muchos parecían imposibles y se explicaban, en aquel relato, como producto de ciertas sincronías inevitables. Todo esto introdujo dudas en la veracidad y hasta en la verosimilitud de los hechos. De todos modos el relato de aquel cuaderno Navegante, escrito por uno de los sospechosos, más sus declaraciones y otras investigaciones, ha servido para reconstruir esta historia según se estima que ocurrió en realidad.
Desde ese día y hasta el del nacimiento de su hijo, Rabanito, los dos hombres visitaron e interrogaron inútilmente a la "testiga", y a su madre. Exhumaron, también, aunque sin resultado alguno, dos tumbas del patio ciento veintinueve del cementerio, donde reposan todos los que mueren sin un nombre satisfactorio: Una de ellas tenía el cuerpo de una mujer, y estaba en la ubicación indicada por Treshkaya Ivanovna; su data de muerte era anterior a tres años; la otra contenía un cadáver despedazado, como si hubiera sido arrollado en un accidente.
Hay quienes sostienen que el albañil habría sido capturado en las selvas centrales y acribillado a mansalva por las tropas de la Operación Unidad y Patria. Antes de morir se habría acusado de la muerte del padre de Rrrrabanito. A pesar que es imposible que esto sea cierto, coincide con el cierre del caso, que pasó a caratularse como "Cuasi delito de homicidio por imprudencia, sin fines políticos".
Aunque el cuaderno ha sido incautado como prueba, el abogado del sospechoso consiguió que éste pudiera retener una copia fotoestática del material, que hasta donde se sabe ha sido rechazado por varias editoriales, como plagio de una parte de la obra épica de Rubirosa.



Kepa Uriberri





Editamos, publicamos y promovemos tu libro. 




Literatura y cultura de fronteras - Convocatoria


Convocatoria.
¡Literatura y cultura de fronteras! Madrid, España.
Junio 28-30, de 2012



¡Vámonos a Madrid!...

A finales de junio haremos nuestra mezcla cultural!...

"Literatura y cultura de fronteras" es el título del panel
que estaré moderando en Madrid, España, dentro del "VI
Congreso de la Asociación Hispánica de Humanidades",
del 28-30 de junio de 2012. 

Los organizadores aceptaron nuestra propuesta
de incluir no sólo trabajos académicos sino también lectura de
obra creativa con esa temática. 

Interesadas/os comunicarse por este foro o
a mi correo personal  "manuelms@hotmail.com".

En estos momentos estamos armando el programa
por lo que se requiere una pronta respuesta. 

Para esta mesa-panel  comunicarse directamente conmigo. Para información general del Congreso,
Madrid, con su “tinto de verano”, fuente de Cibeles (en la foto), jamones serranos y desveladas en callejones, visite el enlace de abajo… 


Viva la cultura de fronteras... 
usamex, niurrican, cubamerican, gauchobrasileira,
centralmex, gachupinfrench, gachupinachicanado,
gringomex, etceterex
y toda lo mexcla habida y por haber!...


Asociación Hispánica de Humanidades

Atentamente, Dr. Manuel Murrieta, moderador del panel,
...."Literatura y cultura de fronteras"




  




Dr. Manuel Murrieta Saldivar





Editamos, publicamos y promovemos tu libro. 



sábado, 24 de marzo de 2012

Silueta ámbar



Silueta ámbar




















En la tarde llana de mis recuerdos
aparece brillante luz de flama
¿Eres tú, silueta ámbar
que con tus ojos intensos
enciendes en mí la llama?

Lánzame al vacío de tu amor
Caer en ti no importa nada
¡Lejos, lánzame lejos!,
Que si he de estar muriendo
que sea a la luz de tu mirada.

No resisto, no,
recordar el abrazo del adiós,
la humedad de tus labios que me besan,
el perfume de tu aliento que exclamaba:
¡Ámame, no partas mi corazón en dos!

Y yo imbécil fui, lo digo.
Tristezas y vació sólo hallé
al cambiar el cielo por infierno
en la ausencia de tus brazos,
de tu aliento y piel de lino.

Eternos momentos cruzan lentamente
en estas neuronas mías
que sólo en ti saben pensar
y transcurren así los días, meses, años
bajo el manto de noches frías.

Silueta ámbar, aparece.
No como fantasma en mis recuerdos.
Y llena este vacío herrumbroso
con gotas cristalinas de tu amor
que hagan desparecer mis miedos.

Silueta ámbar, ¡vete!
Recordarte no puedo resistir.
Descubre en capas mi corazón
o quédate y fuerte abrázame
porque en medio no puedo vivir, yo.

Silueta ámbar, ¡desaparece!
¡Si no has de arrebatar mi aliento!
¡Si no has de darme vida!
¿Por qué te apareces en mi mente?
¿Por qué me inquietas día a día?


                                                              Anselmo Bautista López.
                                                                            Marzo 24, 2012.

 



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