viernes, 30 de septiembre de 2011

La tilde y su eliminación

"Mis pelos se erizaron y la sangre fluyó directito a mis manos imaginando su cuello. Afortunadamente y después de un trance de histeria, todo se aclaró. Digo, por cosas menos insignificantes a una tilde se han cometido homicidios."

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La tilde y su eliminación

Por Anselmo Bautista



Parece ser caso menor y sin mayores consecuencias el hecho de que la Real Academia Española haya eliminado la tilde diacrítica en el adverbio solo y los pronombres demostrativos incluso en caso de posible ambigüedad, tal y como aparece en la edición 2010 de la Ortografía de la lengua española.

El hecho es que hace unos días, por accidente miré el Facebook de mi esposa (lo dejó abierto, yo no lo abrí), donde un tal por cual le envió un mensaje diciéndole únicamente:

Estaré solo mañana.

Mis pelos se erizaron y la sangre fluyó directito a mis manos imaginando su cuello. Afortunadamente y después de un trance de histeria, todo se aclaró. Digo, por cosas menos insignificantes a una tilde se han cometido homicidios.

Bien, para la RAE fue cosa banal eliminar la tilde ya que así como a muchos a mi esposa también le gusta tildar o no las palabras que se le antojan.

Sobre esta medida hay escritores, como Antonio Ungar, que defienden el dinamismo lingüístico, y que consideran los últimos cambios ortográficos por la Academia como muy menores, casi insignificantes.
Sí, tan insignificantes que a mi esposa casi le cuesta una serie de espléndidas bofetadas.

¿Por qué la RAE eliminó la tilde?

Parte de su argumentación es:

Las posibles ambigüedades pueden resolverse casi siempre por el propio contexto comunicativo (lingüístico o extralingüístico), en función del cual solo suele ser admisible una de las dos opciones interpretativas. Los casos reales en los que se produce una ambigüedad que el contexto comunicativo no es capaz de despejar son raros y rebuscados, y siempre pueden evitarse por otros medios, como el empleo de sinónimos (solamente o únicamente, en el caso del adverbio solo), una puntuación adecuada, la inclusión de algún elemento que impida el doble sentido o un cambio en el orden de palabras que fuerce una única interpretación.”

Es verdad que las posibles ambigüedades se resuelven casi siempre en la interpretación del contexto (no hay problema, se acepta)
Es verdad que el contexto no siempre aclara las ambigüedades que se producen, pero son cosa rara (no hay problema, se acepta)
Para evitar la ambigüedad como en el caso anterior de Estaré solo mañana en lugar de Estaré sólo mañana, la RAE sugiere incluir otro elemento que evite la confusión, impida el doble sentido o cambiar el orden de las palabras que fuerce una única interpretación.

Permítanme reír a carcajadas y lo hago como esquizofrénico pero es que aún me acuerdo cómo estuve a punto de colgar a mi esposa de un puente por falta de una tilde.

¿Qué sugiere la RAE con el último punto?

Dice: No pongas la tilde pero si no quieres ser mal interpretado debes ampliar la oración de tal forma que no exista ambigüedad ni la posibilidad del doble sentido o equivocada interpretación.

Y yo diría: Carajos, ponle la tilde y déjate de chingaderas que es más rápido y práctico, y tal vez te evites una buena golpiza.

Los escritores nos basamos en las reglas de ortografía que la RAE establece como normatividad en el uso del lenguaje escrito, y ciertamente los cambios dinámicos del lenguaje lo enriquecen, si no fuera así aún estaríamos hablando en latín. Pero hay otros cambios, como es la eliminación de la tilde, que en mi opinión, empobrecen el lenguaje escrito.

Aunque el español, por su estructura, nos facilita las cosas para expresar una idea de muy diversas maneras, en el mundo coloquial y sin tanta exigencia de un texto bien escrito, se cae con suma facilidad en estas ambigüedades por falta de una tilde. Más aún con esta nueva medida, los textos literarios o de más exigencia gramatical, desciende al mundo coloquial.

El hecho de que el lenguaje sea evolutivo no significa que tienda al empobrecimiento ni que se asuma como correctas las faltas ortográficas sólo porque son de uso común entre la población.

Hay de cierto distintas formas y medios de comunicarse pero cada tiene su propio código de entendimiento y sus reglas; pongo como ejemplo: las señales de humo, el telégrafo y mensajes de texto por celulares. Ninguna de las tres requiere de la tilde pero si has de transcribirlas al papel tendrás que hacerlo correctamente para evitar las ambigüedades.

De todo esto se resume que tienes que aprender a escribir correctamente, te guste o no.







Editamos, publicamos y promovemos tu libro.



jueves, 29 de septiembre de 2011

Literatura y Artes Marciales


 
Literatura y Artes Marciales

Por Anselmo Bautista


Le debo mucho a las artes marciales. Todo comenzó a mis doce años cuando mi hermano llegó un día a casa haciendo movimientos extraños. ¡Alzheimer!, exclamé. No, nada de eso. Venía presumiendo su primer día de entrenamiento de Kung Fu Wu Shu. ¿Qué es eso?, le pregunté.

-Bruce Lee -articuló exactamente como se lee, e inmediatamente hizo un chillido de gatomontés o tigre o algo así acompañado de un movimiento extraño.

http://deportesinquimica.blogspot.com/2011/05/entreanmiento-especifico-para-artes.html
Me inscribió en el dojo del maestro Shu Mint (así dijo llamarse, pero era más mexicano que el nopal). Desde entonces las artes marciales fueron mi pasión y Bruce Lee (pronúnciese Brus Li) formó parte fundamental de la decoración de mi cuarto con sus emblemáticos posters. No tuve nada más motivante de autosuperación personal que esos posters.

Meses después de entrenamiento y practicando con mi hermano, a éste se le pasó la mano (más bien se le pasó el pie porque me ladeó la quijada de una patada) Fue el primer golpe que “sin querer“ recibí en mi vida, porque ya varias peleas nada exitosas en la secundaria había yo tenido.

El segundo golpe (el tercero y varios más) lo recibí de mis propios chakos de tubo sólido, pero no los abandoné hasta dominarlos.

Aclaro que no practiqué artes marciales para romperle el hocico al primero que se me pusiera en frente, sino como una disciplina (tal y como lo promete el deporte para adquirir equilibrio, armonía, salud y todo lo demás). He sido enemigo de los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, aunque muchas veces me he visto obligado a acudir al último recurso de resolver el conflicto con el puño cerrado. Y es que (usted no me dejará mentir) hay quienes necesitan sangrar por la boca para dejar de estar jorobando.

Lo que nunca entendí ni lo comprenderé jamás es cómo ciertas disciplinas o, mejor dicho, ciertos practicantes marciales tienen ese mal gusto por demostrar su poder rompiendo una tabla de madera o cierto número de ladrillos. Las artes marciales (tengo entendido) fueron creadas con el único propósito de defensa personal y no como iniciador del ataque. Romper una tabla es atacar a una tabla (aunque sea un objeto inanimado). Y como dijera mi sensei en Operación Dragón: las tablas no devuelven el golpe. Así que romper tablas me parece un absurdo.

La incongruencia de estos individuos exhibicionistas no está sólo en atacar el objeto sino también en hacerlo con distintas partes del cuerpo, entre ellas la cabeza. Si yo quisiera romper una tabla o una roca, agarraría el instrumento adecuado como un serrucho o un mazo respectivamente, y sólo, tan sólo, si hubiese necesidad de ello, pero jamás directamente con mi cabeza porque ésta fue hecha para pensar y no para darse de topes contra objetos sólidos.

Que tal disciplina exige fortalecer los músculos es verdad. Pero también exige elasticidad, velocidad, meditación y también, como dijera el maestro Kalimán, serenidad y paciencia. No sólo es un deporte, sino un estilo de vida para quienes han asimilado sus atributos.

Las armas, esas armas de las distintas artes marciales, tan generosas y enigmáticas que funcionan como una extensión de nuestro cuerpo: los chakos, las daga de tres puntas, los shuriken, la pértiga, entre tantos otros y, por supuesto, la katana como símbolo de dominio y control de sí mismo, exigen una constante práctica de años conjuntamente con la evolución de movimientos corporales cada vez más complejos para poder dominarlos. Para eso están las llamadas Katas, aunque no todas funcionen en su totalidad.

Las películas de este género siempre me han fascinado. No por su guión cinematográfico sino por el desarrollo de sus peleas: algunas cercanas a lo posible y otras de corte místico. Existen aquellas donde el protagonista se mueve de tal forma que me hace suponer que Bruce Lee (frente a él) era un reumático.

No puedo imaginarme cómo serían las artes marciales hoy en día si Bruce Lee existiera. ¿Tendríamos más de sus aburridas películas o a un sifu recorriendo el mundo demostrando lo infalible de su Jeet Kune Do y su golpe de media pulgada? ¿O sería un ser discreto como su maestro Yip Man, el hombre que le enseñó Wing Chun? ¿Lo hubiese conocido personalmente como conocí al hoy en vida Jackie Chan a quien tuve el honor de estrecharle la mano muy a la mexicana en la ciudad de Xalapa, Veracruz?

Sin duda alguna, estos conocidos personajes, para llegar al conocimiento de su disciplina les tomó toda la vida, y si Yip Man y Bruce Lee aún vivieran seguramente seguirían aprendiendo, descubriendo nuevas potencialidades, desarrollando nuevas técnicas y guiando al resto por el sendero del conocimiento.

La única sabiduría útil como defensa personal que he podido extraer de todo mi entrenamiento es que ante el peligro de una severa golpiza no hay mejor defensa que salir corriendo a todo lo que den las piernas. De este modo es que las artes marciales me han salvado más de una vez.

Nunca quise lastimar a nadie pero tampoco quise que me lastimaran. Odio lastimar pero también odio que me lastimen. No niego, ni entra a discusión, los placeres que se experimentan al desfigurarle el rostro a alguien pero sólo, tan sólo cuando la medida llega al extremo, cuando la gota ha derramado el vaso, cuando a tu alrededor ya no hay otra salida razonable, cuando alguien te ha orillado a ello traspasando el umbral de lo soportable y que sin saberlo te pide a gritos: ¡golpéame!

¿Pero a qué viene todo esto de las artes marciales en un blog como éste orientado a los nuevos escritores y a sus creaciones?
Estimado y futuro escritor:

  • ·         No agredas, ni des opinión ofensiva a aquel que también escribe.
  • ·         Tu disciplina es la escritura y tu aprendizaje y entrenamiento durará toda tu vida.
  • ·         Tus armas marciales son el lápiz y el papel, debes aprender a dominarlos y hacerlos parte de ti como una extensión de tu cuerpo. Y no dudes que de vez en cuando recibirás algunos catorrazos.
  • ·         Practica las katas de los maestros, no todas te servirán pero apréndelas para extraer lo mejor de cada una y así desarrollar tu propio modo de práctica, tus propias katas y tu propio estilo.
  • ·         Huye del peligro, corre todo lo que puedas para no aturdirte de las opiniones y críticas malaleche, como tampoco de los halagos y los aplausos sin sentido.
  • ·         No combatas cuerpo a cuerpo con los que te rodean, no sea que lastimes a alguien o salgas lastimado. Entiende que en esta disciplina no tienes enemigos. Entiende que habrá practicantes más avanzados que tú y practicantes que apenas comienzan.
  • ·         Ayuda al que te lo pide y atiende la experiencia del que te aventaja.
  • ·         Muestra lo que sabes para que otros te corrijan, para que otros aprendan de ti y para que tú avances y madures.
  • ·         Así como la katana, la pluma puede ser un arma mortal; todo dependerá del servicio que le des.
  • ·         Recuerda que para lograr un golpe certero se requiere paciencia, tiempo, pero sobre todo, mucha práctica.
  • ·         Las artes marciales y la literatura danzan sobre acordes complejos y movimientos extraños, a veces tan rápidos que no se logran distinguir, y lo hacen de una manera que parece natural y fácil de hacer. Pero detrás de todo artemarcialista y todo literato hay una historia de entrega a su vocación.
 


 
 Editamos, publicamos y promovemos tu libro. 






Convocan al Premio Internacional Alba Narrativa 2012

Convocan al Premio Internacional
Alba Narrativa 2012



Último día de recepción de manuscritos el 10 de diciembre de 2011.

Premio: $15,000.00 dólares o su equivalente en moneda nacional del ganador y publicación de las obras laureadas.

Las sesiones finales del jurado formarán parte de las actividades de la 21 Feria Internacional del Libro Cuba 2012.

Invitados: Escritores latinoamericanos y caribeños menores de 40 años.

Los originales se remitirán o entregarán personalmente a la siguiente dirección: Centro Dulce María Loynaz, (19 y E, El Vedado, Plaza de la Revolución, La Habana, Cuba, CP 10400).

Se aceptarán envíos por correo electrónico en:

Formato word, letra times new roman, 12 puntos, a espacio y medio, a las direcciones: albanarrativa@loynaz.cult.cu  o albanarrativa@yahoo.es

Se aceptarán sólo aquellos libros cuyos derechos de publicación no estén comprometidos con ninguna editorial y no estén compitiendo simultáneamente en otro certamen.

Las novelas, de tendencias estéticas disímiles y tema libre, deberán tener un mínimo de 120 páginas y un máximo de 400, presentarse por duplicado bajo el sistema de plica y acompañadas de una copia en soporte digital.

Adjuntar en el mismo envío un sobre cerrado con el nombre, fotocopia del documento de identidad o acreditativo de la nacionalidad, dirección postal, teléfono y dirección electrónica del autor, así como un breve currículo del concursante.

En el exterior del sobre consignar el título de la obra y el seudónimo del remitente.

No se aceptarán volúmenes ilegibles, mal encuadernados, o que no se ajusten a cualquiera de los requisitos estipulados.

Para los que hagan el envío de manera electrónica consultar a los correos arriba señalados cómo enviar por separado los datos del autor.




 Editamos, publicamos y promovemos tu libro. 




martes, 27 de septiembre de 2011

Verdad es

 
“Kaya se siente poseída por la música en las rondas de primavera y en la lucha de las aldeas en que el botín es ella misma. La lucha por la doncella concluye y culmina en el cortejo del sabio anciano, que ella en su pensamiento íntimo identifica con el viejo Rrrrabanito.”


Verdad es
Kepa Uriberri
(Escritor chileno)

– Quisiera que –me dieras tu opinión sobre este fragmento – dijo el albañil, acercándole el cuaderno Navegante, escrito con letra dispareja.
El anciano leyó:
«Ella corrió hacia él con el rostro iluminado y los brazos abiertos, como si fuera la pájara del triunfo que volaba al ras a capturar a su presa desprevenida. Abrió, a su vez los brazos, lleno de sorpresa y alegría. La recibió y la levantó brevemente del suelo. Al dejarla otra vez la miró a los ojos y aprisionó su cara, suavemente, y luego la besó sin fuerzas. Ella se dejó besar, pero luego se apartó, no con rechazo, sino con ironía.
«– ¿Qué cree que está haciendo? Tal vez está confundido – dijo y soltó una risa que pretendía ser ingenua, pero que era coqueta y llena de intención».
Empujó, con violencia y desagrado el cuaderno, de vuelta hacia el albañil.
– Las cosas no sucedieron así de ese modo – dijo con rabia. Alcanzó a leer sin embargo una línea suelta, más abajo, antes que al albañil cerrara el cuaderno con sonrisa amarillosa y cínica, que decía: «... ¿o acaso usted cree que entre nosotros no puede haber deseo?» y seguía más adelante: «... siento deseos por usted...», pero el albañil cerró el cuaderno antes que pudiera deducir quién, en esa versión mañosa, se expresaba de aquella manera. En las imágenes profundas de su conciencia vio a Kaya que le decía, con el rostro acongojado pero tranquilo: "¿Acaso usted cree que yo no puedo amarlo? ¿O cree que yo no tengo deseos como cualquier mujer?". La imagen disolvió la rabia que el escrito del albañil le había producido y sintió una calma tal que se acercaba a la alegría, como si lo visto ahí, en esas páginas de letras desordenadas que podían crecer o hacerse mínimas en su avance, a la vez que se elevaban o caían en un raro caos, pero que no afectaba a la claridad de su intención; hubiera sido un oráculo indesmentible.
– Pero así serán – respondió el albañil, sosteniendo la sonrisa que siempre era casi un desafío y agregó: – La realidad se va construyendo sólo muy lentamente. Nada más que el paso del tiempo y las manos del artesano que maneja la fragua de los hechos llegan a darle su forma definitiva y a endurecerla, sin importar como ocurrieron los sucesos. Al final la verdad es lo que queda escrito.
– Eso es completamente ridículo. Las cosas son como suceden. Esa es la verdad y la realidad. Sin importar como la percibas o lo que crea cualquiera, lenta o rápidamente, con artesano o fragua: La verdad es una sola e inmutable aunque se defienda otra diferente. Ya lo mostró a la historia escrita Galileo cuando para evitar que la Inquisición le cortara el cogote o lo quemara en una hoguera, purificadora de la fe, reconoció estar equivocado, a pesar de conocer la verdad y abjuró del heliocentrismo. Después diría: "Eppur si muove". Verdad única e inmutable.
– Mal ejemplo: Durante años el sol giró en torno a la tierra. Así estaba escrito y así era. Luego cambió con Galileo y el sol se detuvo. Entonces la tierra y todos los astros giraron en torno al inmutable sol, hasta que vino Nietzche y su padrecito Zaratustra, espejo de Zoroastro y asesinó de un plumazo a Dios y echó a correr al sol. Desde entonces hay una nueva verdad escrita, donde todos los astros se mueven, palpitando, por ahora, con el universo creciente.
Rrrrabanito estalló en risas, llenas de burla y dijo:
– Estás lleno de confusiones. Nietzche sólo emplazó al sol y su soberbia con su Zaratustra, que no es Zoroastro. Dijo que Dios había muerto, pero todos hemos seguido venerándolo y lo mantenemos vivo. El sol, la tierra, el universo y todas las cosas se han movido siempre unas en torno a otras. Cuál se mueve y cuál está quieta es una cuestión de referencias para la ciencia o para el observador. Para ti, el sol sigue saliendo cada día y cada día se pone, rodando en torno a esta vieja bola por los siglos de los siglos. ¡Nada ha cambiado! Lo que cambia es el conocimiento, no la verdad.
– Hablas de la verdad como si fuera algo tangible, pero no es así. La verdad es una sustancia sutil que se forma en el éter que nos envuelve, a partir de lo que cada uno cree cierto e inmutable. Esa sustancia va tomando forma, hasta que finalmente es escrita, en una ley, en una fórmula, en un código, una norma, una historia, una leyenda, una novela o una fábula. Es el gran acuerdo de todos; lo que todos aceptan que sí: Que así es, porque quedó escrito.
– Estás loco. No tiene sentido. La realidad no se hace por mayorías. Sólo es así.
– Para que te doy vueltas tu argumento. Las cosas son como quedan escritas y no hay caso de discutirlas: Dices... No dices... Dijeron que... y lo escrito sigue escrito, tal como dijiste: Ya es inmutable; es el acuerdo... todos lo aceptan y ya.
El viejo meneó la cabeza con impaciencia. En su pensamiento profundo, naciente, vio una parvada de palomas, como las que había en la plaza cuando fue niño, cuando quería alcanzarlas, cuando quería tener una para sí y corría entre todas ellas intentando agarrar aquella casi blanca. Entonces volaban todas: decenas o centenas, ¿miles? en un desorden caótico en el que sin embargo jamás una paloma chocaba con otra y caía despaturrada y sorprendida al suelo; tampoco chocaban con los paseantes o con otros niños, o con él mismo, de modo que pudiera asir una. Los altoparlantes del ferrocarril se abrieron y se oyó una voz femenina real, no automática: "Zeta siete, zeta siete; estación Los Monjes. Supervisor de tráfico señor Rrrrabanito Motototo". Dijo:
– Mira: ¡No! No pasó así y nunca, ¿te das cuenta?: ¡Nunca! va a ser pasó así ayer, mañana. ¡Qué estupidez! – y levantándose de la silla se zampó el último sorbo de café de la taza, antes de agregar: – Me tengo que ir – y señaló hacia donde venía la reproducción de los parlantes.
– La verdad fulmina a quien la conoce. Por eso la negamos y no queremos conocerla. El que conoce la verdad verdadera se convierte en estatua de sal. Quien pudiera ver el futuro estaría siempre anticipando la verdad: Esa es la razón por la que se vive mirando al pasado, lo que no significa que aquel no exista nunca, sino en tanto se hace presente. Está ahí; inmutable como el pasado pero oculto al entendimiento, porque el futuro, lentamente modela la verdad de modo que no destruya cuando se la reconozca.
El anciano sólo hizo un gesto de rechazo con la mano y dijo:
– La amistad no me obliga a creer en tus patrañas, aunque estimo y admiro tu maquinaria de pensamientos – y se fue con cierta prisa, aunque no iba rápido.
El albañil lo miró alejarse. No arrastraba los pies, a pesar de su mucha edad, pero tenía ese andar de piernas rígidas y algo arqueadas, que se veía poco ágil, de los viejos y la espalda daba la idea de estar tiesa y ligeramente inclinada hacia adelante, como si le costara mucho llegar, al fin, a la posición vertical. Eso, pensó, le da un aspecto casi vencido, como si tuviera una tendencia a la derrota irremisible. Su aspecto general lo imaginó como el de una pera que caminara sobre unas patas postizas fabricadas por un dibujante de caricaturas. Mirando los bolsillos laterales, abultados, de la chaqueta, imaginó que ahí llevaría, arrugados, todos sus sueños. Cuando desapareció en un recodo, casi como si se esfumara de a poco; en lo profundo de sus imágenes, lo vio como un enorme duende; un enano inmenso. Entonces volvió a abrir su cuaderno Navegante y comenzó a escribir de manera frenética, como si temiera que las ideas pudieran escapársele.
Al llegar al portal que separa la zona comercial de la de servicios del ferrocarril, había un hombre desastrado, que lo miraba con atención, aunque su mirada era extraña, como si no necesitara enfocarse en su objetivo, sino por el contrario, envolverlo con la vista de modo permanente, pero de manera extremadamente tímida e imprecisa, aunque lo miraba fijamente, sin distraerse, tal que no era posible pensar que esa mirada se dirigía a otra parte y sólo había caído sobre él de modo eventual y al pasar. Era por completo claro que aquella mirada constituía el preludio de la voz que lo acompañaría, inseparablemente. Cuando el anciano estuvo al alcance de esta, el hombre dijo:
– Excelente señoría: Si tuviera a bien facilitarme cuarenta pesos para un litro de pan – y mostró la mano abierta, la palma hacia el frente y el pulgar recogido sobre esta. Rrrrabanito metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y escarbó en ellos. Sintió algunos elementos sólidos, "quizás monedas", pensó y las extrajo llenas de papeles de colores, de los que algunos cayeron al suelo. Sin abrir los dedos, de manera que no se cayera todo el puñado apretado que había entre ellos, miró sorteando las rendijas. Ahí encontró, casi escapando, entre el cordial y el índice, una moneda de cincuenta pesos. Sin abrir del todo los dedos de la otra mano, también pletórica de papelitos de colores y objetos absurdos, hizo un esfuerzo y tomó la moneda que, luego, alargó al hombre. Dijo:
– Los diez de vuelto son a cuenta de la próxima...
– Su magnífica señoría los tendrá. ¡Téngalo por seguro! –. Hizo una profunda reverencia y al levantarse su vista, difusa del todo, ya buscaba otro parroquiano.
En la zona de las boleterías del ferrocarril se cruzó con una mujer muy alta, vestida elegante, maquillada como si fuera una modelo a punto de entrar a la pasarela o como si fuera a una fiesta muy fina. El vestido rojo fuerte, muy ceñido, sin embargo era demasiado vistoso y dejaba sospechar toda la geometría de su cuerpo perfecto cuya distinción subrayaba con los zapatos de tacos altísimos. Pensó: "¿Qué hace esta mujer tan bella, con tanto estilo, en el metro?". La mujer le devolvió la mirada, desafiante y fría como un cristal azul, como si hubiera escuchado todos sus pensamientos. Entonces se dio cuenta que si bien juzgaba la imagen a la vista, que permaneció mucho tiempo en su pensamiento, en lo profundo de su imaginación la mujer estaba desnuda, sólo con los tacones altos. Resaltaba en aquella imagen interior y espontánea, el vello púbico, el vientre suave y perfecto, los pechos, los ojos claros, fríos y agresivos y la boca despectiva, en ese mismo orden. Al hacer consciente esta imagen sintió un estremecimiento y quiso darse vuelta para seguir a la figura que ya se alejaba, pero sólo suspiró. Entonces recordó que ya había visto a la mujer, antes, en un vagón del metro. Subió al tren hacia la estación de Los Monjes con la imagen visual de la mujer y aquella otra nacida en lo hondo de su pensamiento perturbando su conciencia. Se sentó. Frente a él estaba aquella otra mujer, a la que ya había visto varias veces, de mirada plácida, que sin llegar a sonreír siempre parecía estar a punto de hacerlo. No tenía maquillaje alguno y sin embargo todos sus rasgos parecían subrayados por una suavidad especial que los llenaba de una belleza diferente. No vestía de modo alguno con pretención, pero sí con regularidad y orden. Recordó sus zapatos bajos, con suela de goma y sujetos con una trabilla; también las medias de lana gris, llenas de pequeñas pelotillas producto del lavado reiterado. Sus manos largas, como si fueran las de una artista o ejecutante de piano, siempre juntas, jugaban con lentitud con algo imperceptible que se escondía entre ellas. Al fondo de su pensamiento donde la elucubración comienza en forma de imágenes primarias, se vio sentado sobre una gran roca junto a esta mujer, conversando en absoluto y raro silencio. En aquella imagen interior, volvió la mirada sobre ella y la vio vestida de monja: "¡Es la madre Virtudes!" dijo, sorprendido, su pensamiento, recordando a la severa monja rectora del colegio de su niñez, de la que él estuvo enamorado hasta el día en que lo amonestó, en una rabia súbita. A partir de entonces, aquella monja, había descendido del alto cielo, junto a Dios, ahí donde el amor de niño es mágico y sublime, hasta un alto pedestal terreno, donde se ama de un modo matriarcal, lleno de veneración, ansiedad y temor. Ese día, que se repetía hoy, en este instante, como bandada de pájaros alborotados en el interior de su pensamiento profundo, su primer amor se había reencarnado. Tenía huesos y sangre, nervios y pellejo: Una piel rosada y hermosa, que apelaba, que atraía. Esa piel estaba también bajo aquellos hábitos que se estremecieron en el esfuerzo de dar el cachetazo que le había marcado la cara. Esa carne era inquietantes piernas, a las que se había asido al recibir el castigo, para no caer. Había, bajo aquellos hábitos grises, casi arcangélicos, un vientre de suave curvatura, donde se había apoyado su mejilla herida, buscando absurdo consuelo en su agresora. Entonces los pájaros se posaron en las escolleras de la costanera otra vez, en reposo. Miró hacia la arena, frente al mar, y ahí estaba tendida, con su mirar de hielo azul, completamente desnuda, sólo cubierto su pubis de un sedoso vello color miel, que atraía su mirada y deseo, la otra mujer; la elegante, la fría. Se dio cuenta que de una extraña manera la mujer monja y la puta eran la misma, como dos gemelas y una misma mujer dividida. Su conciencia dijo que era una sincronía extraña, encontrar de manera sucesiva a ambas mujeres, a las que ya había encontrado antes. Ya las conocía; pero sólo ahora las reconocía. "Quizás estoy loco" se dijo. Recordó que antes de entrar al recinto de servicios del metro, en el portal de entrada, había encontrado a ese hombre raro que le había pedido cuarenta pesos para un litro de pan. Sólo ahora percibió la razón por la que le había llamado la atención ese personaje que también había encontrado en otro momento: "¡Por supuesto!" exclamó para sí. "Debe haber leído la Montaña Mágica de Mann. Mynheer Peeperkorn hablaba de la ginebra como el pan transparente, que se derrama". Pensó que "todos son arquetipos: el mendigo y las mujeres. Más aún" agregó, "el mendigo era la expresión del loco. Es un loco solitario. Quizás sea el loco del cartel de Hesse: «Velada Anarquista, Teatro mágico, Entrada no para cualquiera. Sólo para locos». Además estaba justo a la entrada en el portal que separa el servicio del metro de las galerías de comercio". Sintió un torbellino en su pensamiento y se preguntó: "¿Por qué? ¿Por qué pasó esto? Todo sincronizado, como si fuera un aviso; una señal. Pero no puede ser. Si estuviera relacionado cada suceso con el siguiente, entonces habría una voluntad guiando todo. Si así fuera yo no tendría libertad ni voluntad: Todo estaría escrito de antemano; o al menos sucedería según un plan escrito y entonces seríamos, Treshkaya  y yo y el mendigo y estas mujeres, una creación del albañil". De nuevo los pajarotes, posados en las escolleras que defendían la costanera, volaron en desbandada como si alguien hubiera lanzado una piedra en medio de ellos y nublaron la escena profunda del pensamiento. "¡Imposible!" dijo para sí, pero meneó la cabeza suavemente, esbozando casi una sonrisa. En ese momento su mirada cruzó la de la mujer que tenía al frente, que sonrió como si hubiera escuchado todos sus pensamientos y entornó comprensivamente los ojos. Los pajarotes se disolvieron en el aire y en esa imagen interior profunda sólo quedaron ella y él, sentados en la arena de la playa, conversando animadamente, aunque no sabía de qué hablaban; quizás de algo tan secreto como los pensamientos tranquilos de ella, que se tejían entre sus dedos, los cuales no paraban de jugar entre sí y con algún elemento que nunca llegaba a ver. En la lejanía, junto al portal por el que se salía de la playa estaba la mujer de mirar de hielo, desnuda, sólo cubierta del vello púbico, que desde aquí no alcanzaba a distinguir de ningún modo, e intentaba salir, sin conseguirlo, porque el hombre extraño le pedía: "Su excelente hermosura: Si tuviera cuarenta pesos para un litro de pan", pero ella no los tenía: Su cartera estaba tan desnuda como ella. Rrrrabanito pensó que el mendigo era el guardián de aquel portal, "por el que sólo me dejaría pasar a mi, o tal vez no. Quizás sea sólo para mi, pero tampoco podría pasar porque ya no tengo cuarenta pesos". La monja dejó de jugar con sus dedos por un instante y dijo:
– Ella ya no puede pasar porque está desnuda. Porque está desnuda ya no tiene misterio –, y retomó el juego de sus dedos. El viejo miró otra vez el portal y vio a la mujer desnuda que estaba sentada, ahora, a un costado de la puerta, en actitud de espera y a pesar de estar demasiado lejos, su mirada de hielo le llegaba amenazadora, de manera que tuvo que guardar silencio y olvidó completamente de qué había estado conversando con la monja. En ese momento el tren se detuvo y por los altavoces una voz automática dijo: "Estación del Cacique, combinación con la línea del sur oriente". La mujer se levantó de su asiento e hizo una muy leve inclinación de cabeza, como si se tratara de una despedida casi imperceptible y descendió. Dejó tras de sí un aroma que apenas se distinguía a colonia Ideal Quimera, como si sólo propusiera su fragancia. Junto a la gran cantidad de gente que entró al vagón, penetró un olor a carne cruda caliente, como una vaharada que ocupara el sitio de los muchos que habían descendido. Durante el resto del trayecto, hasta la estación de Los Monjes, el anciano intentó, sin éxito, explicarse por qué habría tenido aquel encuentro con esas personas y cual era su significado. "Debe tenerlo" se decía. "Todas ellas, esas personas y sus circunstancias, todas, encerraban en sí mismas algún tótem místico y trinitario: El evangelista, la virgen y la prostituta".

Ensayaban La Consagración de la Primavera de Igor Stravinsky, para el siguiente ciclo de la temporada de ballet. Treshkaya encarna a la doncella, sobre la cual se ejecutará el rito de consagración que culmina el ballet. Los bailarines comienzan la danza en un apretado círculo, recogidos. Al centro de este, envuelta en sí misma está la doncella, como una semilla de la enorme flor compuesta por el cuerpo del ballet. La flor se abre acompañada de un sobreagudo del solo de fagot. De ella surge al mismo ritmo la doncella, desnuda, lenta mientras la flor estalla y se disgrega. La doncella parece una semilla que germina, mientras de la flor van surgiendo los jóvenes hombres que esperan su metamorfosis. Al terminar ésta, ella huye, perseguida por los hombres que le dan caza y alcance, en el juego del rapto. Tanto la música como la coreografía son extrañas, diferentes. Kaya se siente poseída por la música en las rondas de primavera y en la lucha de las aldeas en que el botín es ella misma. La lucha por la doncella concluye y culmina en el cortejo del sabio anciano, que ella en su pensamiento íntimo identifica con el viejo Rrrrabanito. Ahí, en esas imágenes primarias, antes que estas se aten a la razón o la voluntad, el baile es un largo paseo por el Parque Real, donde ella va de la mano de Rrrrabanito. El no habla. La música lo hace por él. Ella danza a su alrededor sobre los prados. El cuerpo del ballet se ha transformado en paseantes silenciosos de domingo por la tarde que se deslizan por los senderitos del parque. El anciano y ella de pronto están en los juegos de agua de la gran pileta: Limpios, hermosos, poseídos en el cortejo por un amor alegre y completo. Los juegos del agua son música que los conduce. El cortejo culmina con la unión de ambos rodeados, en medio del agua, por el cuerpo de ballet compuesto de los paseantes silenciosos de domingo, en la flor que recoge sus pétalos al caer la tarde. El anciano es ahora igual a sí mismo, pero joven y hermoso. En el agua ejecutan la danza sagrada de la primavera en la que el joven anciano posee a la doncella. En las imágenes interiores el anciano no se parece a sí propio, mientras la bailarina sin dejar de representarla a ella no es ella misma sino una interpretación. Kaya se pregunta, mientras danza en el ensayo: "¿Por qué nosotros no somos nosotros? ¿Cuál es el sentido de esa escena donde la danza de la tierra está trocada por la del agua, como si la fertilidad estuviera trocada por el perdón? ¿Por qué el anciano que representa la sabiduría está cambiado por la juventud, cuyo signo es la fuerza? ¿Y por qué yo misma no soy yo, sino alguien diferente que representa mi rol?". No encontró respuestas, en especial a lo último, entonces creyó que quizás lo interpretaba de un modo engañoso. La música que se escuchaba en el ensayo, en uno de sus raros contrapuntos estalló en la danza del sacrificio de la doncella, los timbales golpeaban; quizás los fagotes, extremaban el sobreagudo y la orquesta se iba integrando al drama de la danza.  "¿O soy yo, pero en representación de alguien anterior?" pensó, como si también en su interior, en el pensamiento que no razona, sino que es sólo fuerza, impulso, semilla, también estallara la intensidad de la orquesta.
Por fin concluyó el ensayo, pero Kaya continuaba cavilando en el sentido que esta danza tenía para ella, aún cuando a ratos intentaba deshacerse de estas divagaciones, cuando le parecía absurdo que hubiera una real sincronía entre la música de Stravinsky, esta coreografía y su vida personal. Recordó el cuaderno Navegante del albañil, vio la letra dispareja que parecía variar sus formas y tamaños como si emulara las variaciones de ritmo, tono, intensidad y fuerza de la música. Pensó que el albañil no podía, con sus historias, crear la suya. Del mismo modo, "con más razón", se dijo, "es imposible que La consagración de la primavera haya sido escrita para mi. Y de ningún modo quisiera creerlo, por lo menos". Con todo, la asaltó la duda irracional, esa que se construye a partir de la caca de los pájaros que vuelan en el pensamiento y se convierten en supersticiones y temores absurdos. Entonces sintió la necesidad imperiosa de hablar con el anciano, de llevarlo el domingo a un paseo al Parque Real y visitar sus pardos soleados de primavera, caminar sus senderos de maicillo, vivir, ahí, algo de la nueva explosión de la vida, visitar la pileta y quizás mojarse las manos y las caras con sus juegos de aguas, desafiando los augurios y temores, a la vez que hacerlos, de algún modo, reales, o sepultar cualquier esperanza o temor vano, para siempre: "Necesito saber si Rrrrabanito me ve como una mujer o como una hija, o ¿tal vez soy sólo parte de su propio rito sabio de otra nueva primavera?".
De regreso, en el metro, se veía caminando lento, de la mano del viejo que en su ensueño era joven y más alto. Sin dejar de ser él mismo, era más hermoso y sus manos duras y llenas de carácter no parecían de cuero curtido, sino de piel lozana y apretaban suavemente al caminar, tomados, por una alameda larga que no existe en el Parque Real y que se veía dorada por el tapiz de hojas otoñales a la luz filtrada entre las ramazones casi desnudas de los álamos. La escena, que no era de primavera, la llenó de melancolía y le produjo una sensación física en el vientre y el pecho como cuando se espera una sorpresa inminente, pero largamente deseada. Al final de la alameda había un prado enorme, rodeado de pequeños macizos de acantos y rosas florecidas en plena primavera; al centro está la fuente de agua con sus juegos danzantes. Ella corre y baila en el prado que no es obstáculo para las pirouttes y otras figuras. Kaya se ve desde fuera de sí misma, desdoblada, como si fuera espectadora de su danza en el escenario verde. Oye en su interior la Glorificación de la elegida mientras el anciano, joven, se acerca a la bailarina. Ahora el prado y los juegos de agua son un gran escenario donde Kaya se contempla a sí misma y se dice: "Esto no es real. No puede ser real". Este raciocinio la trae de vuelta al carro del metro, sin embargo en sus imágenes interiores el gran escenario es el Parque Real y está, junto a la pileta en el prado fresco del verano, sentada junto al joven viejo. Se miran a los ojos y saben que se aman. Es la culminación de su paseo necesario, mientras se escucha la acción ritual de los ancestros. La primavera es romántica y está floreciendo en las rosas y en las raras flores de los acantos de cáliz duro y dulce. "Pero qué importa" se dijo; "en mi sueño es real, y ahí puede ser como yo lo deseo". Este pensamiento destruyó sus imágenes interiores, como si de pronto un pájaro se posara con estrépito en ellos y apareció, a lomos de este pájaro la sonrisa manchada de amarillos del albañil y en torno a esta la expresión cínica de aquél, sosteniendo el cuaderno Navegante en su mano tosca, que hacía pasar las hojas donde estaban escritos con anticipación los sucesos que poco a poco se iban haciendo realidad. "Pero es muy distinto" pensó Treshkaya. "Yo no pretendo que mis sueños sean la realidad". Miró, sentenciando el final de aquel pensamiento perturbador, a los escasos pasajeros del tren, cada uno sumido, tal vez, en otros sueños cuya suma, podía ser que en algún momento lograran sincronizar la realidad y se hicieran vivos. Volvió entonces sobre los pasos de sus sueños y razones y creyó que quizás si llegaban a ser suficientemente intensos pudieran atravesar la cortinilla sutil e imposible que separa la realidad de los deseos.
Bajó en la estación terminal del Parque de las Empresas. Mientras las largas escaleras mecánicas lo subían hacia la superficie, poblada de la modernidad imaginada por el sueño de arquitectos, sintió el peso de la inminente realidad que se acercaba. "Ya llega el final y es inevitable" pensó. Subió al montacarga junto a muchos, que iban descendiendo luego, en las obras aceleradas de terminación en los pisos inferiores, a los que daba prioridad la constructora como si quisiera dejar muy avanzadas y vendibles las obras antes de un desastre inminente.
– Usted que es enterado, compañero: ¿Qué ha escuchado de los despidos? – le preguntó uno de los pocos que lo acompañaba hasta los pisos más altos. Como si no saliera del todo de los pensamientos más profundos, sólo dijo:
– Ya comenzó la crisis del noventa y siete.
– ¿Cómo es eso, compañero?
– Ya llegamos al piso noventa y siete – aclaró –. Aquí se tranca todo. La empresa tiene problemas en todos lados, en todas las obras. Pero no es problema de esta obra. Es de la inmobiliaria que tiene problemas de platas con otros proyectos mucho más grandes que este. A esta obra le llega de afuera el problema, de rebote: ¿Me entiende usted?. De ese modo no podemos hacer nada para solucionarlo, según dicen los jefes de acá. Sólo pueden despedir gente en cuanto van terminando lo que hacen. Yo por ejemplo me voy en el noventa y ocho; ya casi no me queda nada, porque estamos terminando lo último del noventa y siete. Si ya casi no tengo nada que hacer que no sea esperar instrucciones.
– A nosotros, los capataces sólo nos dicen que cuidemos el trabajo porque la cosa viene dura. Todos los días llaman a una cuadrilla y los despiden a todos, así que no sabemos qué esperar.
– Agarrarse firme no más compañero, esto ya se veía desde hace mucho que venía.
El piso noventa y siete ya estaba terminado. Sólo faltaba que las cuadrillas de instaladores y terminaciones hicieran su trabajo, de manera que el albañil bajó del montacarga y subió al plano del piso noventa y ocho donde lentamente se armaban las enfierraduras y los paneles de madera para recibir el concreto. Todo se hacía a un ritmo lento como de espera, como si de algún modo todo fuera inútil, de manera que había largos períodos en que toda la obra se detenía. El albañil se sentaba, entonces, mirando hacia los altos cerros de la cordillera y los enormes edificios que emulaban su geometría. Miró el cielo inmenso y vacío donde siempre planeaba algún enorme pájaro en las alturas, como si vigilara la lenta invasión  de estos montes regulares, elevados por los hombres, que pretendían engañar a la naturaleza con sus formas iguales aunque disparejas. Se imaginó a sí mismo como ese enorme pájaro mirando la realidad desde alguna altura inconmensurable, donde era posible avisorarlo todo. Buscó su morral y sacó el lápiz que mordió por la tapa cuyo sujetador muy abusado había perdido toda la forma y parecía dispararse apuntando a un lado cualquiera. Sacó el cuaderno Navegante, ya casi completamente lleno y lo abrió en las últimas páginas. Durante un rato leyó lo que ya estaba escrito, como si quisiera de ese modo adentrarse otra vez en la ficción que se alojaba ahí, en letras despaturradas, aunque muy legibles, a pesar de las variaciones de tamaño dramáticas o del ascenso y descenso sorpresivo de la línea de escritura. Pasados unos minutos tiró el lápiz, dejando aprisionada entre sus dientes, por el sujetador, la tapa plástica y trazó muchas líneas una sobre otra, hasta conformar una separación gruesa entre el texto último y lo que venía, aún en blanco. Ahí escribió: "Es trece de noviembre", la letra era grande y pesada aunque la caligrafía parecía intencionalmente infantil, quizás porque la fecha era del todo falsa. Es posible que correspondiera a la fecha de la ficción o algo así; noviembre había quedado atrás hacía mucho tiempo y tampoco era trece del mes en curso. Quizás sentía alguna culpa que debía afirmar con una letra sólida, gruesa, redondeada, gladiola, como la que enseñan las monjas en los colegios religiosos para niños pobres. «Al fin quedó terminado el noventa y siete y este noventa y ocho sólo será un fracaso dentro de lo que queda. Por mi lado casi sólo me ocupo de los aguiluchos y cóndores que nos sobrevuelan, llenos de burla. Ellos, como yo mismo, mientras escribo estas líneas, saltan de lo alto de los riscos donde tocan la tierra que enjuician desde lo inconmensurable y sobrevuelan las miserias que voy escribiendo hasta construir, con precisión y lentitud, la realidad de hoy, vista desde lo más alto de algún futuro». Releyó, dio algunos toques a la redacción, cambió, tachando "de la nada que resta" y escribió debajo con letra casi microscópica como si fuera una nueva forma destinada a crecer y sobreponer a lo tachado: "de lo que queda"; añadió "aguiluchos y" encima y delante de cóndores y marcó una seña para indicar la inserción. Volvió a leer e hizo un gesto de insatisfacción. Quizás pensaba: "En fin; no me gusta pero después puede ser pulido, cambiado o suprimido". También es posible que se dijera: "No tiene importancia; sólo es una digresión de lugar" probablemente a esta idea correspondió el encogimiento de hombros. Miró largo rato lo escrito, miró también el cielo donde evolucionaba un sólo pajarote enorme. Posó, como si él mismo fuera ese pájaro, la punta del lápiz sobre "aguiluchos", luego sobre la "ese" final, como si quisiera eliminarla; luego hizo lo mismo sobre "cóndores" pero tampoco pudo decidir nada, como si sostuviera una discusión con una voz interior que le argumentara que sólo había un pájaro en la inmensidad del cielo, pero que él mismo argumentara que al no lograr saber cuál pájaro era, entonces se hacía, no sólo plural, sino que de vaga estirpe, justificando la multiplicidad de especies e individuos. Pareció quedar casi convencido y sonrió, tal vez festejando su triunfo y trazó, de nuevo, bajo la digresión, una raya múltiple y horizontal, que la cerraba. La certeza notoria en la velocidad del trazo, parecía decir con alegría: "¡Eso es! ¡Nada más!".
A continuación escribió:
«Lo esperó todo lo que fue necesario en aquel café, en alguna de las galerías de la estación de la Plaza de los Constituyentes. Sabía que tarde o temprano el viejo pasaría por ahí a tomar desayuno, sin importar si era martes o sábado, ni tampoco si eran las siete de la mañana o de la tarde: "Él nunca sabe, no quiere nunca saberlo, o no puede, en qué día está o qué hora es. Sólo vive del impulso de su fisiología" se dijo Tereshita, no sin un esfuerzo por sostener aquella posible ilusión. Es que quizás el viejo sí sabía todo, pero sólo era un simulador. Así lo creo yo, al menos debo creerlo; porque él está intentando nacer de nuevo o bien trazar gruesas líneas bajo el texto del relato pasado: Aún no lo sé; aún no lo decido. La única hora más conveniente, como se quiera que sea, eran las cuatro de la tarde, porque el día era de sol y los parques, de seguro, florearían a esa hora, con aquella magia tan especial que sólo se da a esa hora. Es posible que en alguna época del año las siete; hora del atardecer, sea más romántica y llame a las parejas a abrigarse uno contra el otro, sin embargo, no estimo que ese pueda ser el caso; de manera que eran casi las cuatro cuando el viejo apareció en el café donde Tereshita se había instalado a las siete y veinte de la mañana. A ratos había salido a mirarlo por las galerías, pero había vuelto, una y otra vez, convencida que si lo encontraba, sería en este lugar. Tal vez había anclado, a ratos, en alguna vitrina de lencerías o de zapatos, a perder el tiempo; quizás haya entrado en más de alguna tienda de aquellas vitrinas, e incluso es muy posible que se haya probado una blusa, zapatos, un sostén de encajes, que se haya enrollado al cuello un pañuelo naranja y otro calipso. También puede haber pensado en la bailarina que interpreta el papel de la segunda elegida en la lucha de las aldeas, que se haya mirado al espejo pensando en ella cuando se probó ese sombrerito de alas anchas del color del café aguado, o habrá pensado en su madre cuando se calzó esos guantes de punto, o en Mrs. Crownhead cuando se envolvió los hombros en un chal de espuma que parecía demodé. Sin embargo siempre volvió al café con la esperanza de encontrar ahí al anciano tomando desayuno. Ninguna distracción fue suficiente para olvidar su propósito. Ni esos zapatos de tacones muy altos y agudos, con los que se habría visto sorprendentemente elegante, ni aquella blusa muy escotada que le daba un aire tan audaz y refinado, ni esos pantalones de raso que parecían convertirla casi en una princesa del glamour, o aquellos otros, que siendo bellísimos, por desgracia no estaban en su talla, ni menos esa colección que tanto le había gustado excepto que no había un color que le satisficiera del todo, ni aún aquellos del color de las rosas mustias. Así le dieron las once de la mañana, hora en que, ella misma, tomó un segundo desayuno: Café con leche y galletitas saladas de dieta; antes de volver a aquella tienda donde había visto esa lencería negra o quizás del color del café muy cargado, con calados de encaje tan pequeñitos que parecían una fina tela transparente. Se probó el conjunto completo, se miró en los espejos de cuerpo entero, imaginó que aparecía en algún dormitorio lujoso, donde el viejo la esperaba en una cama enorme, con esta fina lencería y abría los brazos en un aleteo como el de Odile, vestida de cisne negro. También encontró una tienda de adornos kitsch, donde estuvo a punto de comprar unas bailarinas de baquelita vestidas de Carmen bailando la danza de Escamillo y una lamparita pequeña, de velador, que simulaba un borrachito, hecho de trapo, a punto de caer al suelo, sujeto de un farol con globo empavonado, que decía "BAR". Pensó que podía comprarle esta lámpara al viejo, como regalo, pero luego se arrepintió, porque creyó que podría parecer una insinuación impropia. En ese momento había visto que eran ya las dos y cuarenta de la tarde, de modo que volvió al café y aprovechó de hacer un almuerzo liviano, con una ensalada verde, salpicada de trocitos menudos de jamón y ave. Al término del almuerzo salió a recorrer tiendas de baratijas y revolvió hilos, botones diversos de múltiples formas con triángulos, discos, bolitas, ovales, oblongos, cóncavos, de dos agujeros para el hilo o de un pasador, de baquelita, de nácar, de cuero endurecido, de ebonita áspera, verdes vejiga, rojos sangre, azules eléctricos, marrones, bermellones, con cuatro agujeros e incluso unos tan extraños que tenían tres y también agujas de diversos tamaños y tipos, para tejer croché, para bordar, para urdir, para coser simple, para surcir calcetines, con su correspondiente huevo de palo brillante, botines de niños pequeños, hechos de lana rosa y celeste, con cintas de raso. Muchas cintas de distintos grosores y colores todos fuertes y atractivos, también de satín y hasta algunas más oscuras del color de los malos pensamientos o de la baja lujuria. Al pensar en lujuria, creyó prudente visitar alguna joyería vecina, que exhibía anillos, pulseras y collares de fantasía, con piedras de lapislázuli, de jade, esmeraldas, de plata opaca, de plata brillante, de plata española y mejicana, o también de alpaca de Bolivia, oro de tíbar y también obrizo. Se probó anillos de diamantes verdaderos y falsos, de brillantes pequeñitos como ojos de musaraña, montados en platino u oro blanco, joyas de cobalto y níquel o de estaño y cadmio; hasta que fueron las tres y media y volvió al café, casi vacío. Sólo dos escolares que hablaban a gritos sobre la nada, llena, para ellos de algún significado gracioso y frívolo, una pareja de cierta edad que no se miraba pero que parecía estar forzosamente de acuerdo en todo, un estafeta de alguna empresa que leía el vespertino, abierto en la página de deportes, donde se elucubraba con la transferencia de algún jugador nacional, por cifras siderales, de un club italiano a otro inglés y una señorita de lindos ojos y boquita pintada que comía pastel de crema y parecía sonreír permanentemente. Tereshita buscó al viejo y no lo vio. Fijó la vista en la señorita, por un breve instante y pensó que le gustaría ser ella, o al menos serlo por un momento, y sentirse tan feliz y plena como ella, pero luego pensó que una felicidad tan solitaria no podía sino ser producto de una tristeza casi perenne, si no una falsa felicidad. "La verdadera felicidad no es persistente" pensó, "sino fruto del contraste con el conocimiento de tantas tristezas y angustias". Volvió a salir del café, siempre pensando en aquella señorita, sin saber por qué. Se decía que alguien que es capaz de sonreír en soledad, está evocando una alegría reciente, tan esencial que borra muchas tristezas, muchas penas, capaces de ensombrecer por muchos días la expresión de cualquier rostro. "Alguien que sólo vive alegrías, tiene emociones tan iguales, sin matices, que su rostro no es capaz de mostrar sino el vacío". Cavilando en esto, se sentó en un asiento de madera en la mitad de una galería, tratando de encontrarle algún sentido persistente a la alegría, a la felicidad, a la pena y la tristeza y su valor en la construcción de la felicidad, mientras tan lentamente se hacían las cuatro de la tarde.
«A esa hora apareció el viejo, con su andar lento, como si la vida no requiriera jamás de apuro alguno, con el rostro absolutamente inexpresivo como el de todos los trashumantes urbanos. Al ver a Tereshita sonrió como sonríen los viejos cuando al fin encuentran a sus hijas, o hijos, en medio de la multitud, en esa mezcla de amparo y alivio que sigue a la soledad cada vez más acuciante de los años. Pensó que le agradaba tener a alguien a quien amparar y también en quien refugiarse. Ella sintió la alegría del plan cumplido, a la vez que la sorpresa del momento de ver realizado un deseo tan acariciado. Se levantó de un salto y corrió hacia el viejo los escasos metros que los separaban. Se colgó de su cuello con alegría y hubiera querido besarlo en la boca, porque de verdad lo amaba, pero pensó que quizás al viejo le molestaría. Oprimida contra su brazo, caminó junto a él hacia el café donde se sentaría a tomar su desayuno. Una vez instalados en alguna mesa, al momento de tomar el primer sorbo de café, el viejo se detuvo y dijo:
«– ¿Tú no comes nada? ¿Es que no tomas desayuno?
«– Ya tomé dos veces mientras esperaba. Incluso almorcé – respondió sonriendo–, te estaba esperando desde temprano para invitarte a pasear al Parque Real.
«Tomó un sorbo largo de café, mordió el pan con jamón y queso derretido. Masticó lentamente. Tragó sin apuro, como si no hubiera nada que decir. Con los ojos entrecerrados la miró en silencio, mientras agitaba muy lentamente, arriba y abajo, como si confirmara, la cabeza. Por fin dijo:
«– ¿Con que al Parque Real? ¿Y por qué al Parque Real?
«– Es tan bonito, tan soleado y con tanto pasto verde. Es como un enorme escenario. Ahí me gustaría bailar contigo; o al menos caminar del brazo.
«– ¿Y helarnos de frío allá afuera? ¿Por qué no te llevo, mejor, a conocer el parque interior en la mole comercial de Vista Hermosa? Es techado, está climatizado, conecta directamente con el ferrocarril metropolitano y así no tengo que abandonar mi trabajo –. El viejo sabía que todas esas razones eran falsas, que mentía, que no quería ir al Parque Real para no salir del interior del metro, porque tenía terror de enfrentarse a sí mismo allá afuera y volver a ser aquel otro que había sido. Quizás allá afuera había quedado, incluso, la culpa por la muerte de su padre. Quizás aquí abajo, donde la ciudad se trazaba de nuevo, copiando calles y avenidas de la superficie, era inocente porque había iniciado todo de nuevo, aunque fuera tarde, pero de algún modo había cruzado al otro lado del espejo desde el que no quería volver.
«Las razones de Tereshita fueron inútiles: Que el sol era bueno, que no hacía frío, que volverían temprano, que era más romántico, que el parque con sus árboles y amplios pastos tenían un sentido de libertad que acá abajo sólo se emulaban en el encierro, y por último, que eso era lo que ella hubiera querido y que si acaso no quería hacerla, al menos, un poquito feliz. Por fin el viejo cedió, "pero no ahora; tal vez la próxima semana o en un mes". Pero ahora no, dijo:
«– Hoy vamos al Parque interior Vista Hermosa – y al parque interior fueron.
«Tereshita sentía su ilusión y su felicidad degradada, lo mismo que sus expectativas y su imagen romántica del paseo, pero tenía que creer que así era mejor, que respetando al otro le mostraba su entrega y amor.
«El Parque interior Vista Hermosa está en la mole comercial de ese nombre, conectado a la estación Del Rey. Está justo al centro del enorme edificio, en un plano amplio al que asoman desde todos los cuatro pisos de la mole, terrazas que permiten ver a los paseantes en torno al enorme reloj carillón de estructura metálica bruñida, cuyo tic–tac es perfectamente audible cuando la noche avanza y el público se retira, dejando a los bohemios e intelectuales de pacotilla que se sientan en las mesas de los restorancitos y cafetines del entorno, a solucionar el mundo con utopías imposibles. Pero a esta hora, cuando las familias pasean, se sientan en los bancos junto a los árboles interiores, quizás de imitación, a tomar el sol que traspasa el techo de cristal y a mirar a los niños que gritan y juegan en los parados de poliuretano, a tomar té falso con leche reconstituida, y café de arvejas en polvo, a beber bebidas de fantasía coloreadas con aspartamo y amarillo crepúsculo, de sabor agradable, muy parecido al real e insufladas de gorgoritos de carbonato que hacen felices a los niños y los llenan de flatos que disparan cuando se columpian o se dejan caer por resbalines plásticos verdes desde ventanas azules de castillos de imitación; a esta hora, con su bulla ensordecedora, el solemne tic–tac del reloj enorme que mira paciente cómo los visitantes gastan el tiempo de modo artificial y de manera inconsciente, no se escucha, apagando la angustia de todos por el irrecuperable paso del tiempo cuyo destino quizás sólo el viejo, ni siquiera Tereshita, tenía a la vista o más cercano. La estación, a través de un portal amplio y una galería híbrida, entre el ambiente de elegancia fingida de la mole y el utilitario del metro, con tiendas grandes de joyerías y bisutería, de zapatos finos y otros masivos de precio general, tiendas de lencería y de venta de calcetines y calzoncillos de algodón, pequeños estancos de tabaquería y relojería, de venta de diarios y revistas, también otras de alta tecnología donde se exhibe pequeños computadores abiertos en ele, mostrando animaciones del ícono de la tienda o librerías de finos libros de papel couché y otros portables para leer en el ferrocarril, de autoras desechables y famosas, nacionales y extranjeras, de autoayuda, de aventuras, otra de detectives y putas, alguna de misterios y mitos sobre Judas y Magdalena, y uno que otro autor clásico en tapas duras, con grandes volúmenes de mil tres páginas, como si el autor, en una faceta íntima y muy humana, antes de alcanzar la gloria hubiera querido cumplir el desafío de sobrepasar el millar de páginas con una novela, cuestión que después se convirtió, para él, al menos, en algo fútil, pero para otros, obnubilados con la posible fama que casi veían en su propio horizonte, quisieron imitar, doblando, aunque sea en el título de la obra dicho número. Esta breve galería parecía ser una especie de tránsito sabio entre ambos ambientes que luego se abre a la Plaza Mayor o Parque Interior Vista Hermosa, de manera que quien llega desde el metro, al avanzar por ella, va subconscientemente abandonando la imagen del viaje muchas veces largo, para acceder a la del paseo que la mole le ofrece. Tereshita quedó deslumbrada al atravesar esta breve galería de frívola belleza tan plástica, y más aun al entrar al parque, construido con un sentido arquitectónico de inmensidad agobiante, con la alta cúpula del techo de cristal trasparente y una enorme explanada de pasto falso, con macizos de flores falsas en maceteros verdaderos de cerámica de colores fríos, entibiados por el sol que caía a través del techo vidriado, sobre las copas de árboles de naturaleza dudosa, pero que parecían de verdad. Al entrar a este parque casi cinematográfico, casi de fantasía, se soltó del brazo del viejo y dando un jeté largo, cayó en el prado de poliuretano donde comenzó a girar en fouettés riendo con alegría infinita. En ese mismo instante sintió que desaparecía una cierta molestia que le comprimía el pecho.
«Después de bailar largo rato, ensimismada, aunque siempre consciente que bailaba más que para sí misma, que para el viejo, el enorme reloj, al centro del prado, detrás de ella, marcó seis largas campanadas musicales que imaginó que emulaban a la Glorificación de la elegida, de la Consagración de la primavera, entonces se dejó caer, llena de alegría sobre el fresco pasto sintético, que se le antojó ligeramente húmedo de rocío, y sentada ahí le extendió los brazos al viejo, invitándolo a sentarse junto a ella.
«– Ven – le dijo – siéntate conmigo aquí en el pasto húmedo. Esto es tan lindo.
«El viejo sonrió como se sonríe al capricho de una niña. Extendió su mano, que sacó de un bolsillo, y rozó con la punta de los suyos, los dedos de la bailarina, casi como si se avergonzara de hacerlo. Ella se inclinó para alcanzar la mano de él, que tomó con decisión y atrajo hacia sí. El viejo cediendo a la presión se acercó hasta quedar junto a ella de pie, sonriendo como niño estúpido y avergonzado: Así lo sentía. Pero de modo alguno se sentó en el pasto de poliuretano, quizás más porque éste era falso y sentarse ahí es posible que le pareciera que declinaba su imagen, como si estuviera engañado inadvertidamente por el césped de mentiras.
«– ¿Acaso te avergüenza sentarte conmigo? – preguntó Tereshita, al notar la reticencia.
«Rio bajito, avergonzado, y no dijo nada. Miró a su alrededor, como si auscultara a la gente que paseaba, como si temiera que ellos lo estuvieran examinando, como si recelara de su juicio, que sentía adverso.
«– ¡Vamos! ¡Ven! – insistió la bailarina. Sentía ella, en su fantasía interna, que el viejo se negaba a elegirla para el cortejo del sabio anciano y sintió una tristeza que ensombreció la alegría que le había producido la sorpresa del paisaje de la plaza interior. Pensó que se traicionaba a sí misma y al ballet, como si destruyera la Consagración de la primavera, al obligarlo. Se dio, pues, por vencida y soltó los dedos del viejo y bajó la vista con tristeza».
La letra del albañil, mientras escribía, había ido creciendo, lentamente, a la vez que se iba inclinando hacia la derecha, como si quisiera avanzar más rápido, como si quisiera imprimir vértigo al texto. A la vez, se iba elevando sobre las líneas del cuadriculado del cuaderno Navegante, como si flotaran en el aire; como si se llenaran de alegría y optimismo, en tanto que también ganaba en densidad y peso. Pero, al llegar a esta escena del prado falso, de la oposición de Rrrrabanito a sentarse con Kaya, en la medida que ella era invadida por la desazón y finalmente la tristeza y el fracaso, la letra se hizo débil, pequeña, filiforme e irregular, con la misma precipitación con que cayó hacia abajo, no sólo para chocar con su línea de base sino que, incluso, traspasar su nivel, mientras la inclinación de la hampas y jambas se invertía regresivamente, como si su ánimo frenara con intensidad. Finalmente se detuvo, como si se hubiera desvanecido. Al hacerlo, la punta del lápiz quedó clavada, paralogizada, en la "a" final de la "tristeza". Después de un momento el lápiz se movió, repasando, sutil, la "a", varias veces, obsesivo. El peso sobre ella aumentó, enegreciéndola, casi con rabia, como si esa "a" concluyera, por sí sola y no por la voluntad de su trazado, una acción que él aborrecía, que condenaba y le era impuesta, a pesar de todo. De repente, con ira, el repaso retrocedió, casi rasgando el papel, sobre la "tristeza". Al llegar a la "t", avanzó otra vez hacia adelante, ahora con fuerza inusitada, creciendo sobre la letra primitiva, como si al hacerlo provocara el mismo dolor cercano al placer perverso que se siente al rascar la piel urente. El proceso se repitió dos, tres veces, hasta que al final el lápiz cayó vencido sobre el texto y la mano que lo había sostenido se elevó, junto a la otra, frenéticas, sobre los ojos llenos de lágrimas.
Después de un momento, ya sereno, volvió atrás las páginas escritas y leyó. Corrigió errores, cambió "suguro" por seguro, se detuvo en "calzó" y creyó haber repetido la palabra de modo redundante, de manera que retrocedió y volvió a leer las ultimas cuatro o cinco líneas, sin encontrar nada. Leyó desde media página más atrás, pero tampoco encontró nada, de modo que siguió leyendo no sin cierta molestia. Le pareció que la frase "tomó un segundo desayuno, con café con leche y galletitas saladas de dieta" estaba pésima; esos dos "con", raspaban el oído aun sin leerlos en voz alta, pero no encontró una alternativa, de manera que quiso forzarse a seguir, pero no pudo. Dijo a media voz: "de café con leche...", marcando el "de" y se quedó pensando. Argumentó: "Una estatua es de piedra, pero un desayuno no está hecho de café con leche", subrayando siempre los "de", y se dijo entonces: "Un desayuno se hace con café y con leche, entonces podría decir con café y leche y ga..." pero se detuvo. No, así no podía ser. "Lleno de yes suena pésimo". Intentó varias fórmulas que rechazó por rebuscadas y absurdas, hasta que al fin, tachó y corrigió dejándolo así: "tomó un segundo desayuno: Café con leche y galletitas saladas de dieta". Se detuvo en "kish" y escribió una "t" dudosa encima y una seña también dudosa que apuntaba desde la "t" a la posición entre la "i" la "s". Pensó que luego buscaría la palabra correcta y su significado preciso. Le parecía recordar una digresión de Milan Kundera sobre esta palabra, que evocó como algo maravilloso. "Quisiera escribir como alguno de esos monstruos", se dijo. Más adelante se encontró con un asiento de palo y recordó haber escrito "para surcir calcetines, con su correspondiente huevo de palo brillante". Le pareció poco imaginativo que el huevo y el asiento fueran de "palo". Pensó que le gustaban las cosas de palo y que solía cambiar madera por palo y se avergonzó de ese ripio absurdo. Se acusó a sí mismo de "Midas del palo" y cambió el asiento, haciéndolo de madera. Mas adelante tuvo dudas de la palabra "trashumantes": ¿Llevaba esa "h"? ¿No le faltaría una "n" antes de la "s"? ¿Y qué significaba, en definitiva?: ¿Acaso se refiere a los eternos nómades? ¿Sólo a aquellos que deambulan en ámbitos reducidos?. No podía asegurarlo, de manera que subrayó con suavidad muy tenue la palabra pensando en recordar consultarla más tarde. Tuvo el impulso de borrar donde decía ", porque de verdad lo amaba," y llegó a apoyar el lápiz, casi iniciando la raya cargada, que la eliminaría, pensando que con ella su escrito se convertía en una novelita rosa. Se detuvo, sin embargo, y pensó en su propio pudor y dificultad para expresar sentimientos. "Lo pueril también es un recurso" pensó y se argumentó que Tereshita era, en cierta medida pueril, de modo que la frase le quedaba. "¡Sólo me justifico!" se retrucó de inmediato y recordó que en algún taller lo habían acusado del uso de diálogos livianos, que ensuciaban mucho su estilo. "¡Me cago!" concluyó por fin: "Faulkner es mi maestro. Él dijo El artista es responsable sólo ante su obra" y dejó la frase.
Al terminar la lectura de lo escrito se avergonzó. "No tenía tanta fuerza" pensó; "no había razón para emocionarse" y sintiendo desazón en el pecho, cerró el cuaderno casi con rabia. Se quedó mirando un rato y luego, mas sereno, volvió a abrirlo. Trazó, bajo lo escrito una línea sinuosa y transversal, que repasó varias veces y a continuación escribió con letra recta, pesada, lenta, angular, como si fuera un cuchillo de dos filos que rasgara una tela para mostrar, debajo, una realidad ineludible, ineluctable: "Viejo imbécil" y volvió a trazar una línea transversal que limitó esta realidad, como si hubiera saltado desde el escrito y quedara danzando en el aire.

Kepa Uriberri




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