jueves, 29 de septiembre de 2011

Literatura y Artes Marciales


 
Literatura y Artes Marciales

Por Anselmo Bautista


Le debo mucho a las artes marciales. Todo comenzó a mis doce años cuando mi hermano llegó un día a casa haciendo movimientos extraños. ¡Alzheimer!, exclamé. No, nada de eso. Venía presumiendo su primer día de entrenamiento de Kung Fu Wu Shu. ¿Qué es eso?, le pregunté.

-Bruce Lee -articuló exactamente como se lee, e inmediatamente hizo un chillido de gatomontés o tigre o algo así acompañado de un movimiento extraño.

http://deportesinquimica.blogspot.com/2011/05/entreanmiento-especifico-para-artes.html
Me inscribió en el dojo del maestro Shu Mint (así dijo llamarse, pero era más mexicano que el nopal). Desde entonces las artes marciales fueron mi pasión y Bruce Lee (pronúnciese Brus Li) formó parte fundamental de la decoración de mi cuarto con sus emblemáticos posters. No tuve nada más motivante de autosuperación personal que esos posters.

Meses después de entrenamiento y practicando con mi hermano, a éste se le pasó la mano (más bien se le pasó el pie porque me ladeó la quijada de una patada) Fue el primer golpe que “sin querer“ recibí en mi vida, porque ya varias peleas nada exitosas en la secundaria había yo tenido.

El segundo golpe (el tercero y varios más) lo recibí de mis propios chakos de tubo sólido, pero no los abandoné hasta dominarlos.

Aclaro que no practiqué artes marciales para romperle el hocico al primero que se me pusiera en frente, sino como una disciplina (tal y como lo promete el deporte para adquirir equilibrio, armonía, salud y todo lo demás). He sido enemigo de los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, aunque muchas veces me he visto obligado a acudir al último recurso de resolver el conflicto con el puño cerrado. Y es que (usted no me dejará mentir) hay quienes necesitan sangrar por la boca para dejar de estar jorobando.

Lo que nunca entendí ni lo comprenderé jamás es cómo ciertas disciplinas o, mejor dicho, ciertos practicantes marciales tienen ese mal gusto por demostrar su poder rompiendo una tabla de madera o cierto número de ladrillos. Las artes marciales (tengo entendido) fueron creadas con el único propósito de defensa personal y no como iniciador del ataque. Romper una tabla es atacar a una tabla (aunque sea un objeto inanimado). Y como dijera mi sensei en Operación Dragón: las tablas no devuelven el golpe. Así que romper tablas me parece un absurdo.

La incongruencia de estos individuos exhibicionistas no está sólo en atacar el objeto sino también en hacerlo con distintas partes del cuerpo, entre ellas la cabeza. Si yo quisiera romper una tabla o una roca, agarraría el instrumento adecuado como un serrucho o un mazo respectivamente, y sólo, tan sólo, si hubiese necesidad de ello, pero jamás directamente con mi cabeza porque ésta fue hecha para pensar y no para darse de topes contra objetos sólidos.

Que tal disciplina exige fortalecer los músculos es verdad. Pero también exige elasticidad, velocidad, meditación y también, como dijera el maestro Kalimán, serenidad y paciencia. No sólo es un deporte, sino un estilo de vida para quienes han asimilado sus atributos.

Las armas, esas armas de las distintas artes marciales, tan generosas y enigmáticas que funcionan como una extensión de nuestro cuerpo: los chakos, las daga de tres puntas, los shuriken, la pértiga, entre tantos otros y, por supuesto, la katana como símbolo de dominio y control de sí mismo, exigen una constante práctica de años conjuntamente con la evolución de movimientos corporales cada vez más complejos para poder dominarlos. Para eso están las llamadas Katas, aunque no todas funcionen en su totalidad.

Las películas de este género siempre me han fascinado. No por su guión cinematográfico sino por el desarrollo de sus peleas: algunas cercanas a lo posible y otras de corte místico. Existen aquellas donde el protagonista se mueve de tal forma que me hace suponer que Bruce Lee (frente a él) era un reumático.

No puedo imaginarme cómo serían las artes marciales hoy en día si Bruce Lee existiera. ¿Tendríamos más de sus aburridas películas o a un sifu recorriendo el mundo demostrando lo infalible de su Jeet Kune Do y su golpe de media pulgada? ¿O sería un ser discreto como su maestro Yip Man, el hombre que le enseñó Wing Chun? ¿Lo hubiese conocido personalmente como conocí al hoy en vida Jackie Chan a quien tuve el honor de estrecharle la mano muy a la mexicana en la ciudad de Xalapa, Veracruz?

Sin duda alguna, estos conocidos personajes, para llegar al conocimiento de su disciplina les tomó toda la vida, y si Yip Man y Bruce Lee aún vivieran seguramente seguirían aprendiendo, descubriendo nuevas potencialidades, desarrollando nuevas técnicas y guiando al resto por el sendero del conocimiento.

La única sabiduría útil como defensa personal que he podido extraer de todo mi entrenamiento es que ante el peligro de una severa golpiza no hay mejor defensa que salir corriendo a todo lo que den las piernas. De este modo es que las artes marciales me han salvado más de una vez.

Nunca quise lastimar a nadie pero tampoco quise que me lastimaran. Odio lastimar pero también odio que me lastimen. No niego, ni entra a discusión, los placeres que se experimentan al desfigurarle el rostro a alguien pero sólo, tan sólo cuando la medida llega al extremo, cuando la gota ha derramado el vaso, cuando a tu alrededor ya no hay otra salida razonable, cuando alguien te ha orillado a ello traspasando el umbral de lo soportable y que sin saberlo te pide a gritos: ¡golpéame!

¿Pero a qué viene todo esto de las artes marciales en un blog como éste orientado a los nuevos escritores y a sus creaciones?
Estimado y futuro escritor:

  • ·         No agredas, ni des opinión ofensiva a aquel que también escribe.
  • ·         Tu disciplina es la escritura y tu aprendizaje y entrenamiento durará toda tu vida.
  • ·         Tus armas marciales son el lápiz y el papel, debes aprender a dominarlos y hacerlos parte de ti como una extensión de tu cuerpo. Y no dudes que de vez en cuando recibirás algunos catorrazos.
  • ·         Practica las katas de los maestros, no todas te servirán pero apréndelas para extraer lo mejor de cada una y así desarrollar tu propio modo de práctica, tus propias katas y tu propio estilo.
  • ·         Huye del peligro, corre todo lo que puedas para no aturdirte de las opiniones y críticas malaleche, como tampoco de los halagos y los aplausos sin sentido.
  • ·         No combatas cuerpo a cuerpo con los que te rodean, no sea que lastimes a alguien o salgas lastimado. Entiende que en esta disciplina no tienes enemigos. Entiende que habrá practicantes más avanzados que tú y practicantes que apenas comienzan.
  • ·         Ayuda al que te lo pide y atiende la experiencia del que te aventaja.
  • ·         Muestra lo que sabes para que otros te corrijan, para que otros aprendan de ti y para que tú avances y madures.
  • ·         Así como la katana, la pluma puede ser un arma mortal; todo dependerá del servicio que le des.
  • ·         Recuerda que para lograr un golpe certero se requiere paciencia, tiempo, pero sobre todo, mucha práctica.
  • ·         Las artes marciales y la literatura danzan sobre acordes complejos y movimientos extraños, a veces tan rápidos que no se logran distinguir, y lo hacen de una manera que parece natural y fácil de hacer. Pero detrás de todo artemarcialista y todo literato hay una historia de entrega a su vocación.
 


 
 Editamos, publicamos y promovemos tu libro. 






No hay comentarios:

Publicar un comentario

Haga aquí su comentario.