viernes, 9 de julio de 2010

Sábado de Tres Mangas y las Chancletas Llenas de Ginebra

SÁBADO DE TRES MANGAS Y LAS CHANCLETAS LLENAS DE GINEBRA


Creación: Asier Triguero.
Autor de las novelas: Me Quiero Ir e Hijos del Amanecer.
Su presentación:


Estás de nuevo en esa lonja que da cobijo a los tuyos y a tu equipo, en el Shelter from the Storm, las tablas sobre la pared, los neoprenos húmedos llenos de sal y arena de la sesión de ayer colgados en las mismas perchas de siempre, la cerradura está algo dura pero han puesto cebolleta nueva en la ducha y el chorro de gélida agua sale más difuminado sobre tu cabeza.

Y piensas, aquí de nuevo, todo vuelve a empezar, bien. Esto se puede repetir las veces que quiera.

La presión de la húmeda y fría goma sobre el cuello te sube el croissant y el café de hace media hora, hay 1,7m a fuera esperándonos, marea baja subiendo y día nublado. A la tarde puede que suba a 2.2m.

Recorremos el pasillo de salida al paseo, al mar, y ahí está el pico, detrás de las terrazas. Bien, esto se puede repetir las veces que quiera.

Miramos a la derecha y está O.U metiendo la tabla en la funda apoyada sobre dos mesas libres. Acaba de salir del agua y ahora entra a trabajar. Vamos a saludarle. Dejamos las tablas en el suelo y entramos en el bar a saludar a los demás. T.S está trabajando en la barra y le dejamos la llave de la lonja. Quedamos en llamarnos a la noche para la tercera manga, ahora es la primera. Puede que se apunte a la segunda cuando termine el turno.

Caminamos hacia la izquierda mientras observamos la rompiente, bajamos por la rampa del gusano y estiramos en la arena mientras observamos la rompiente, en silencio. Trotamos hacia la orilla con la tabla debajo del brazo.

Agua de tonos plúmbeos y mercúreos a juego con el cielo, mucha gente en el agua, ningún bañista, bonitas series se acercan espaciadas avisando con su sombra allá en el horizonte, nos integramos en los turnos. Nos inflamos a coger olas. Hay un brasileño que se recrea con unos aéreos en las salidas que nos hace girar la cabeza en varias ocasiones. También lo consigue una guapa local que surfea con estilo agresivo su retro fish de cinco pies.
En una de las bajadas se me clava demasiado el canto en la pared y caigo de cabeza a la par que el labio de la ola contra el agua. Me da la sensación de que se me han movido dos muelas, pero es sólo la sensación, todo en orden, remo de nuevo hacia el pico, está no cuenta. Pasas las olas por encima justo antes de romper y notas el viento que levantan, sujetas la punta para la caída y miras hacia atrás, todo cabezas que salen de una masa verdosa y echan a remar todavía con los ojos cerrados cayéndoles chorros de agua por la cara.

Bien, esto se puede repetir las veces que quiera.

En uno de los momentos de la segunda manga, la de la tarde, el mar está algo más desordenado y con más corriente, cuesta más entrar y atravesar la zona de espuma. Llegamos al pico con el dolor típico en hombros y costillas, nos sentamos. Momento tranquilo. Miramos hacia atrás, estamos más lejos que a la mañana, está más retrasado, hay menos gente, sólo cuatro contando a nosotros dos.

Uno de esos dos de pronto empieza a remar rápido en diagonal hacia la derecha, ¿Qué coño? Si el pico está… joder. Era verdad eso de que a la tarde podía subir el tamaño, ni un minuto de descanso, hostias, ¿cuánto mide eso? Rema, sólo eso. Clavo la barbilla en la tabla y empiezo a remar, le miro a I.R que hace lo mismo, la ola se levanta hacia la derecha, oscura, vertical, empieza a romper por uno de los extremos. ¡Rema!

Hacía tiempo que no sentía esos nervios, esa adrenalina que genera un miedo que te gusta sufrirlo. Observo al tipo que salió remando antes como empieza a subir la vertical de la pared.

Hostias qué bonito, qué bonito y qué grande, que no me pille por favor, pero qué bonito, qué nervios y que no me pille, esto también se puede repetir las veces que quiera.

Pasamos la pared en los últimos momentos cuando la cresta comienza a blanquearse teniendo que pinchar la parte de arriba, notamos como la fuerza nos lleva hacia atrás y la corregimos remando mientras notamos el viento que levanta sobre la cara.

Vienen dos más, avanzamos unos metros y nos detenemos en zona segura para ver el espectáculo pasar, una misma ola para media playa, que se extiende rugiendo kilómetro y medio hacia tu derecha. Cabezas que salen de la espuma, tablas que salen disparadas hacia arriba de gente que no le ha dado tiempo a pasarla, fondo de arena revuelto que contrasta con el blanco de la espuma. Neblina de sal evaporada que cubre como un místico manto toda la superficie

Joder qué bonito, qué nervios y qué bonito.

Bajo la cebolleta de la ducha en el garaje le comento que no veía ese tamaño desde que nos metíamos con el corcho con quince años sin pensar, hubiera lo que hubiera. Él me dice lo mismo, que le había recordado a aquella época.

Queda la tercera manga, hay que quitarse la sal y la arena, cenar y cambiarse la ropa de mar por la de tierra.
Calor, oscuridad, luces de flash, brazos arriba y copas en la barra. Estoy en chancletas y todos los chorros que se desprenden de los vasos de la gente que pasa a nuestro lado me caen en los pies. Estamos cinco, hablando de las chicas del local y de las olas que va a haber mañana. Les cuento cosas de mi viaje por California. Se ponen dos chicas al lado nuestro, miro a una de ellas y me sonríe, empiezo a hablar con ella y me presenta a su amiga, me presento yo y voy hacia donde mis amigos a hacer lo mismo. “Sí, ya las conozco desde que tenían diez años – Dice O.U haciendo una pausa y mirándome con una sonrisa – hace cinco.”

Hostias. Salimos del bar con la copa en la mano y nos dirigimos a otro en el que la segunda copa te sale por sólo cincuenta céntimos más. En ese bar, que lleva acumuladas cientos de historias nocturnas, en el reservado de al lado de la pista sentadas sobre el banco hay dos chicas liándose acaloradamente, una de ellas le comienza a meter la mano a la otra por debajo de la falda. Una tercera baila cual principiante go-gó frente a ellas, de espaldas.

Pedimos. Comentamos la jugada. Estamos un rato, hablamos con gente y nos vamos a otro en el que hay más gente que conocemos. Me siguen cayendo chorros de licor en los pies.

Después de la ronda habitual, a eso de las 5 a.m nos despedimos con la intención de vernos en el agua por la tarde.

Nos cogemos un bocata de máquina en el túnel de la comida y nos sentamos en la abarrotada plaza a comerlo, viendo lo que pasa con la gente.

La marquesina de la parada de autobús tiene los cristales en el suelo, hechos diminutos añicos que reflejan la luz de las farolas. Un autobús privado de los grandes parado y sin pasajeros, alrededor de él mucha gente vestida de boda borracha y mucha policía alrededor, mucha policía y varios coches. Se llevan a algunos hacia una esquina y les interrogan, les cachean a otros que no van de traje. Uno de los policías le hace una seña al conductor y el autobús se marcha sin nadie.

Seguimos comiendo el bocata, algunos de traje se sientan en nuestro banco y hablan con unas chicas con sombreros de plumas acerca de una pelea en no sé dónde.

Terminamos el bocata y nos vamos hacia el coche, con las chancletas llenas de ginebra y pensando.

Sí, esto se puede repetir las veces que quiera.





Editamos, publicamos y vendemos tu libro.



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