jueves, 12 de abril de 2012

Mensaje peligroso


“Si no fuera por el maldito facebook… Tomé el teléfono y miré el mensaje. Era una invitación de amistad de una tal Aeroflux69, acepté desinteresado y volví a guardar el teléfono para concentrarme en acariciar las piernas de Griselda.”


Mensaje peligroso
Por Anselmo Bautista López

Mis amigos y yo (mismo número de mujeres y hombres) nos fuimos en estas vacaciones de pascua a disfrutar la playa y colorearnos la piel con un poco de sol. Llevamos algunas frituras y repletas de cerveza nuestras hieleras. Consumimos algunas por el camino entre chascarrillos, risas y bromas como suelen hacerlo todos los jóvenes de nuestra edad, distantes aún de las preocupaciones y sobriedad de los adultos. Sí, algunos somos más moderados que otros pero en general participamos de todas nuestras ocurrencias, las obsoletas disputas, lo simplista de algunas actitudes, lo chocoso de algunos infantilismos, pero gozamos la vida como si quisiéramos absorberla en un solo trago de cerveza. Con nuestro ánimo flotando en la alegría y lo superfluo, todo prometía unas alocadas vacaciones.
Los adictos al facebook, entre ellos yo, no dejamos de enviar mensajes; mensajes que no importaban a nadie más que al resto de nuestros amigos que no pudieron venir con nosotros, y lo hacíamos con la malicia de provocarles envidia donde sea que estuvieran. Así que Felicia tomó una instantánea del momento en que todos se empinaban la cerveza a la boca, con el mensaje: “De lo que se pierden, mojigatos.”
Llegamos a la concurrida playa. Estacionamos los vehículos y todos cargamos los trebejos en busca de un buen lugar sobre la arena. Nos hicimos un lugar entre los bañistas y pusimos los parasoles y enterramos las hieleras.
Había llegado la hora esperada por nosotros los varones de ver a nuestras amigas con sus diminutos bikinis, sobre todo a la mamacita de Griselda que era la primera vez que salía a “rolar” con nosotros. No era yo el único que le traía ganas y si quería obtener algo de ella durante esta noche tendría que esforzarme porque ahí estaba también mi buen amigo Castro que ya tenía cierto terreno ganado porque los verdes ojos de la hermosa y tímida Griselda tenían preferencia por él, además que durante el viaje se sentaron juntos. Y si no fuera posible entonces le echaría ganas con Felicia que me venía dando papitas en la boca y otras atenciones mientras yo manejaba.
Con cerveza en mano miramos las olas del mar y la lejanía del océano. Le di el último trago a mi botella, la dejé caer sobre la arena y grité:
–¡Puto el que se quede!
Como de rayo corrí hacia el mar y los otros como locos me secundaron. No sé porqué cuando uno utiliza cualquier frase retadora que inicie con la palabra “puto”, todos los hombres se activan de inmediato. A veces pienso que en los centros de trabajo, el jefe debería de utilizar estas expresiones para hacer trabajar a los flojos, por ejemplo: “Puto si no me haces esto”, “puto si no terminas a tiempo”, “puto si no lo haces bien”, “puto si te haces pendejo” y una larga lista de órdenes. No sé, no sé, creo que podría haber más productividad.
Regresamos mojados y para animar a las chicas nos sacudimos como perros para salpicarles agua. Algunas corrieron, otras sólo se encogieron. Tomé otra instantánea de bermudas y bikinis a lo largo de la playa y la envié por facebook, con el mensaje: “Qué esperas, vente pa’ca”. Era evidente que el mensaje es para los amigos conocidos y no a los amigos virtuales como suele uno tener en la cuenta y que, entre algunos, jamás se llegan a conocer personalmente.
Destapé otra cerveza y busqué con la mirada a Griselda. Castro ya estaba diciéndole no sé qué cosas, entonces busqué a Felicia. Ésta ya estaba con las amigas y los muchachos dentro del agua. Fue en ese instante en que la presencia de una persona me hizo voltear a mi espalda. Una chica desconocida, bajita y gorda venía en dirección mía. Hola, me dijo. Respondí el saludo.
–Mi amiga quiere conocerte –aseguró.
No era la primera vez que una extraña quisiera conocerme. Ya me había sucedido en otras playas mexicanas. En Acapulco conocí a una paraguaya; en Cancún fue una italiana; en Veracruz, fue una nativa del puerto, con quienes tras una breve charla nos poníamos de acuerdo para salir.
Yo acepté acompañarla hasta donde su amiga aguardaba muy sexi sentada en una silla bajo un techo de palma. Se llamaba Azucena, dijo ser de Guadalajara, y había venido a Matamoros de vacaciones y deseaba conocer esta misma noche un antro que fuera atractivo antes de partir al siguiente día. Para eso yo me servía con la cuchara grande y le dije que, sin duda, yo la llevaría al mejor lugar donde se daría la divertida de su vida.
–¿Ella irá también? –señalé a su amiga la gordita.
En realidad yo no quería que ella nos estorbara si no iba a servir de pantalla. Azucena pareció interpretar claramente la insinuación de mi tono de voz.
–No, a ella no la dejan salir mis tíos. Iremos únicamente tú y yo.
Me pidió mi número de teléfono… Te doy mi face, le dije. Lo anotó, cruzamos otras breves palabras y nos quedamos de ver en la plaza a la 9 pm. Me despedí de ella interpretando sus coqueteos como una promesa que terminaría en la cama de algún hotel. Retirado, eché un vistazo hacia atrás… ya se marchaban.
Mientras se daba ese encuentro, busqué otra vez con la mirada a Griselda. Ella escapaba corriendo de las olas junto a Castro, llegaron a uno de los parasoles, tomó el bloqueador solar y comenzó a untarse sonriente. Tenía que asegurarla para mí. Tomé otra cerveza y fui directo a ellos. La destapé al llegar. Castro me dio las gracias, pero se quedó con la mano suspendida porque yo se la ofrecí a Griselda.
–Ahora no, me estoy poniendo bloqueador solar.
–Bueno, yo puedo terminar de untarte en lo que tú te la tomas –le propuse coquetón sabiendo que se negaría.
Castro me echó una mirada asesina. Griselda, para mi sorpresa, tomó la bebida y se colocó de espaldas sobre la toalla para que yo, con la delicadeza con que se toca un pétalo, comenzara acariciarla con crema en las manos, y para no sentirme utilizado como a algunas mujeres les gusta hacernos sentir, le hice plática. De este modo haría a un lado la presencia de mi amigo que estaba confundido de cómo proceder y contrarrestar mi ataque.
–También puedo darte un buen masaje para que tu cuerpo esté completamente relajado –dije sobándole los intercostales.
–¿Sabes dar masajes? –preguntó ella.
–¡Oh, sí!, excelentes masajes que te harán sentir una chica nueva y revitalizada.
–¿Y tú le crees? –intervino molesto Castro–. Éste no sabe más que andar de juerga.
Si no fuera por el maldito facebook al cual soy adicto, mis manos hubieran acariciado sus torneadas piernas. Tomé el teléfono y miré el mensaje. Era una invitación de amistad de una tal Aeroflux69, acepté desinteresado y volví a guardar el teléfono para concentrarme en acariciar las piernas de Griselda, pero Castro ya se me había adelantado, estaba hincado aplicándole bloqueador. “Puta madre”, fue lo primero que grité mentalmente.
Sustituido me retiré. No quise verme como los perros que se disputan una perra en celo. Busqué a Felicia. A las risas, ésta era cargada por los musculosos brazos de Saúl, la trepó a sus hombros y la lanzó al agua. Así que me fui al otro parasol para sentarme, tomarme mi cerveza y comerme algunas papitas mientras le echaba el ojo a alguna otra amiguita.
Mi teléfono me volvió a avisar que un nuevo mensaje había entrado. Miré el face. Aeroflux69 me contactaba por el chat: “A las 9, no me dejes plantada”. Pegué un salto de sorpresa al descubrir que éste era el nombre de usuario de Azucena. “Ahí estaré”, respondí de inmediato. El chat me avisó que ya se había desconectado pero que recibiría el mensaje cuando volviera a conectarse. Guardé el teléfono.
Pamela, otra de mis amigas, salía corriendo del agua en dirección mía y sin más se sentó a mi lado. Era de piel morena, de esa piel que se pone roja con el sol.
–¿Por qué no te has metido? –me preguntó secándose con una toalla.
–Estaba a punto de hacerlo –respondí–. ¿Quieres una cerveza?
–Si me la das.
Las mujeres tienen ciertas expresiones que uno las interpreta como coquetería cuando sólo es un acto de seducción para que uno se comporte caballero con ellas. Yo siempre me quedo con la idea de la coquetería. Le destapé su cerveza y le dije:
–No me había fijado en lo hermoso de tus ojos.
–Ah, gracias… los tuyos no se ven mal –indicó llevándose la cerveza a la boca.
–¿No quieres que te aplique un poco de bronceador? Se ve que el sol te ha quemado.
–¿No será que sólo quieres tocarme? –respondió con una sonrisa descubridora de intenciones.
–Bueno, me gustaría tocarte todita sin crema alguna, ¿qué dices? –aproveché para tocar el punto.
Ella se carcajeó.
–No pierdes el tiempo, ¿eh? ¿Y qué va a decir tu novia?
–¿Quieres que le pregunte?
–¡Nooo! Mejor vamos a meternos al agua.
Tomó mi mano y me arrastró corriendo hacia las olas.
Los hombres creemos que somos nosotros los que elegimos o conquistamos a las mujeres. Ellas son muy amables al hacernos creerlo así. Chapoteamos juntos, nos integramos al grupo, jugamos, rozamos nuestros cuerpos, intercambiábamos caricias discretas, tan discretas que no se llegaban a saber si eran intencionales o por accidente hasta que éstas se iban definiendo durante el resto del día hasta llegada la noche.
Oscureciendo, y quedando la playa más libre para nosotros, rodeamos un pequeño fuego para tocar guitarra, cantar, bromear, contar chistes y a donde el chupe nos llevara. Quizá terminaríamos desnudos dentro del mar como en otras ocasiones y culparíamos a las olas de irnos alejando por parejas poco a poco. O bien, de plano nos iríamos desapareciendo a lo largo de la playa en busca de un nidito de amor.
Yo abrazaba a Pamela. Seguramente, como ya estaba previsto, terminaríamos por buscar nuestro rinconcito con las estrellas por testigos. Saúl nos contaba un chiste cuando mi celular avisó un nuevo mensaje. Me retiré para leerlo, era de Aeroflux69. Sí, la chica llamada Azucena de la que ya me había olvidado.
“Me estoy poniendo guapa para ti, ¿cómo irás vestido?”, dijo despertando de inmediato mi interés. “Informal, mezclilla y playera”, escribí. “¿Y de ropa interior?”, preguntó. Las campanas de mi libido comenzaron a sonar. “Boxer”. “Me gustan los bóxer… ¿quieres saber las mías?”. “Sí”, escribí a una velocidad vertiginosa sobre el diminuto teclado. “No te lo diré”. No supe qué responder que fuera cortés pero mi mente gritó: “Hija de la chingada”. Como buen caballero escribiría “no importa” pero ella se me adelantó escribiendo: “¿Qué tal si mejor te las enseño?”. Yo sentí un escalofrío o un temblor que me sacudió el vientre. “Eso suena mejor”, digité con temblorosos dedos. “¿Ahora mismo?”, insinuó. Yo la imaginé con la sonrisa sonrojada de una chica que dice lo que personalmente no se atreve o si se atreve quiere obligar al hombre a llevar la conversación que ella ha iniciado y por rubor no quiere continuar, así que le cede la palabra al hombre, y si éste no es astuto para aceptar el juego, entonces aquella encontrará un recurso para dar fin a la insinuación. “¿Por qué no? Sólo tienes que decirme dónde nos vemos”, se la puse facilito.
Esperé la respuesta. Los segundos se hacían eternos. Si decía que sí abreviaríamos todo ese juego de seducción en el antro e iríamos al grano, que al fin de cuentas es a lo que yo quería llegar, y si ella me facilita el camino, mejor. Pero no respondía y pensé que me había hecho una broma en la que inocentemente caí.
Di media vuelta para reunirme con los amigos que seguían divirtiéndose con sus ocurrencias cuando un nuevo mensaje de Aeroflux69, entró: “Te espero en el faro.” Volví mis pasos y eché un vistazo al faro. Calculé unos trescientos metros de distancia hasta lo más alto y solitario del risco donde lanzaba su largo brazo de luz para orientar a los barcos y a los náufragos. “Voy para allá”, respondí. No avisé a mis compañeros. Supuse que no tardaría más allá de dos horas y aunque entre ellos preguntarían por mí, aún sería temprano como para que se preocuparan por buscarme.
Haría mi encuentro fortuito tal y como Aerofux69 lo deseaba y volvería a seguir la fiesta con Pamela, única a la que le hice señas de que volvería enseguida por ser la que más volteaba a verme.  Sí, el faro representaba un buen lugar romántico para que una chica de Guadalajara de nombre Azucena tuviera una inolvidable aventura sexual con un desconocido.
Apresuré mi paso. La arena no me dejaba avanzar más aprisa. No quería hacerla esperar mucho tiempo y emprendí la difícil carrera. Me detuve agitado al pie del risco, busqué un camino que me permitiera subir sin tanto riesgo de caer. La noche era más oscura allí. Comencé a ascender como pude causándome algunas heridas leves. Pero no importaba, la promesa que me esperaba allá arriba lo merecía.
A media pendiente, llegó un nuevo mensaje. “Apresúrate, mi amor, que estoy ansiosa”, decía. No contesté. En su lugar me sentí revitalizado para subir más aprisa. La imaginaba esperándome ya semidesnuda que tan pronto me viera se me lanzaría a los brazos para sofocarme con sus besos, para encenderme con sus caricias, para que nuestros cuerpos desnudos se bañaran de hierba y arena suelta.
Llegué, por fin, a la cima. Agitado la busqué con la mirada entre la oscuridad. Había estacionada una camioneta Escalade negra, como la mía, a unos 40 pasos de mí, la que pude ver cuando la luz del faro pasó sobre mi cabeza. Cauteloso caminé hacia allá. Supuse que Aeroflux69 me estaría esperando dentro.
Conforme me acercaba, la portezuela del chofer se abrió y de ella descendió la que ansiosa me esperaba vestida de playera, pantalones holgados y botas. Cerró la puerta y esperó a que llegara.
–Hola –saludó.
Yo intenté abrazarla para al mal paso darle prisa y quitarle su ansiedad. Ella me contuvo.
–Espera, hagámoslo dentro de la camioneta –me dijo.
Abrió la puerta trasera y me invitó a subir primero. Yo le hice caso, pero me quedé estático cuando del interior un hombre me apuntaba con una pistola. Mi reacción inmediata fue correr pero otra pistola sujetada por Aeroflux69 me empujaba por la espalda al interior.
–Sube cabrón o te partimos la madre aquí –me ordenó agresiva a mis espaldas, Azucena.
Con suma rapidez, el hombre me tomó por los pelos y me metió a jalones. Encañonándome la cabeza con su pistola, sentenció:
–Tu vida ahora depende de tu papito, pinche joto.



Editamos, publicamos y promovemos tu libro. 



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