viernes, 29 de julio de 2011

Permutando la muerte.


Ya es hora… tengo que llamar a Árbin y pedirle que prepare todo. No puede, no debe defraudarme, me lo ha prometido. Debo confiar en él.


Permutando la muerte.

 Por: Anselmo Bautista López


Nada he hecho bien en mi vida. Quise ser maestro, doctor, abogado, ingeniero… para darme cuenta hoy que no me he convertido en ninguno. Me he quedado solo. Mi padre falleció hace un año en la cama del hospital donde lo atendieron de una brutal cirrocis epática que le destruyó el hígado. Mis últimos amigos han desaparecido de mi localizador.  Mi fiel amigo “Chaqui” agarró calle buscando su destino hacia un lugar dónde pueda dejar sus pulgas… y alguien que le dé de comer. Mi novia de plano se rindió de consolar al pobre diablo de mi. Seguro se fue con otro, eso que ni qué.

Pero como la Física dice: “Nada desaparece, todo se transforma”, he comprendido también que una cosa es sustituida por otra. Un objeto no puede ocupar el mismo espacio que otro objeto ocupa. Tal vez esta sea la explicación del porqué no llegué a ser abogado ni ingeniero, y ninguna otra profesión. Seguro es que todos los lugares estaban ocupados y no había modo de desplazarlos. Pero yo sí fui desplazado. Los lugares que quedaron vacíos a mi alrededor –no todos, sólo cuatro– también fueron ocupados.

Conocí a Margarita, una chica muy bonita cuyos ojos bailoteaban sin ton ni son. Jamás lograban ubicarse en su órbita. Excelente amiga, amante de la vida y aferrada a ella. Muy positiva y luchona. Enseñaba a un grupo de niños a leer braille.

Teodoro, un oficinista, dedicaba su tiempo libre a los ejercicios de respiración y yoga para fortalecer su corazón. Un hombre recto, responable y cuidadoso de su aspecto.

Benjamín, el jovencito rebozante de ternura, creaba cuentos espontáneos y fantásticos. Como todos los niños le gustaba la pelota. Soñaba jugar con ella algún día.

Árbin Ríos, doctor especialista en operaciones quirúrjicas y guía espiritual, al menos, de este que les narra. Íntimo amigo que a pesar de tratarme poco tiempo, conoce a perfección mi pasado, mi presente y hasta mi futuro.

Con todos he creado lazos de afectividad tan estrechos que me resultaría difícil poder separarme de ellos. Los frecuento contantemente. Me alientan con su emotividad a seguir adelante con mi propósito, con mi resolución, con mi proyecto.

Gracias a ellos seré alguien. Gracias a ellos seré el que quiero ser, el hombre que me he fijado ser. El hombre que hará, por fín, una cosa bien. Pero tengo que abandonarlo todo. Tengo que abandonar este piso que muchos recuerdos tristes me trae.

Ya es hora… tengo que llamar a Árbin y pedirle que prepare todo. No puede, no debe defraudarme, me lo ha prometido. Debo confiar en él.
Si tú Margarita estás leyendo esta carta frente a Benjamín y Teodoro, tal cual es mi deseo, es que Árbin –la persona que les llamó y metió a quirófano- es un gran hombre, y todo lo que ahora poseen de mí, se lo deben a él. Yo, en cambio, he permutado la muerte porque seguiré viviendo en ustedes.

Que Dios los bendiga.

Margarita terminó de leer la carta. Levantó su mirada húmeda y corrió a abrazar con ternura a Benjamín y Teodoro.





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